miércoles, 14 de diciembre de 2011

De cuando X-Mas se llamaba Navidad

Por mala fama que hayan querido darle a la Navidad en los últimos años yo no he dejado nunca de sentir debilidad por ella. Ni tristeza, ni nostalgia, ni pena por los que no están, ni agobios ni hostias. La Navidad mola, porque son días que están para perpetuar tradiciones: que reine el Almax y el Actron en todas las casas (por haberse puesto vikingo comiendo o por exceso de decibelios familiares); para hacer lucha libre en público (sudando a lo loco mientras se pelea, abrigo en mano, contra las ordas de personas que invaden, al tiempo que tú, el cortinglés); y para reírse de las abuelicas, que tienen que pasar el peaje de cada año: nombrar en voz alta el regalo que quieren sus nietos.

Sábado-13:02 h zulú- Fnac Plaza Catalunya- uno de tantos mostradores de información:
Chico: ¿Quién va ahora?
Abuelica: ¡Servidora! Si mira nene a ver, euhm…. ¿el Trompicón?
Chico: ¿cómo?
Abuelica: Ay espera, que igual no lo digo bien... ¿no te suena esto del Trompicón?
Chico: (flipando) Uhm no, lo siento ¿es un libro?
Abuelica: No no, es un juego que quiere mi nieto de la máquina esa. Del ordenador no, da que va a la tele.
- Chico: Aha ¿Para una consola, quiere decir?
- Abuelica: eso mismo, la consola.
- Chico: ¿Y sabe usted cuál es?
- Abuelica: ¿El nombre de la máquina dices? UuuUUuhh no hijo, eso ya no me hagas decirte… Una plix dix de éstas… qué sé yo.
Chico: ¿Pero el juego sabe usted cuál es?
Abuelica: Pues eso que te digo, el Trompicón o algo así… Ay hijo, es que con esto del inglés yo no me aclaro…
Chico: Si ya entiendo. Pero ¿sabe usted qué pasa? Que es que sin el nombre no lo puedo buscar.
Abuelica: Sí, sí, claro, ya imagino que aquí tenéis muchos. Bueno, ya le diré a mi nieto que me apunte como se llama el juego este del mono que quiere y ya vendré con el papel.
- Chco: ¿Del mono? ¿No será el Donkey Kong?
-  (milagro)

Y así, un sábado a mediodía, un dependiente del Fnac se ganó el cielo y el rosco entero del Pasapalabra al acertar Donkey Kong para Wii con "Trompicón" cómo única pista, y yo me eché unas risas con la candidez y la valentía de esa abuelica que, con dos pelotas y mucha dignidad, se fue a pedir el regalo de reyes de su nieto sin tener ni idea de lo que estaba diciendo.
Entre los cajeros automáticos, pins y password para todo, los teléfonos móviles, android, whatsapp, las cámaras con cuarenta megabites de píxeles de wesneis y demás hostias la vida a las personas mayores se les ha complicado mucho, sector juguetería incluido, ojo. Por eso se entiende que después de años de Barriguitas y Clics, Tragabolas y Operación,  pasar de golpe al mundo de los juegos de consola sea una tragedia griega para todo aquel que no sea filólogo o experto en telecomunicaciones. Me he documentado brevemente (traducción: he leído con curiosidad los dos catálogos de juguetes que han llegado a mi casa) y me he encontrado con este galimatías en el apartado videojuegos: Call of Duty: Black Ops para X-Box; Pro Evolution Soccer 2012 para Wii; Need for Speed the Run para PS3; Gears of War para Xbox, Kill Zone III para PSP,  Bayblade Metal Masters: Nightmare Rex para Nintendo DS; Saints Row the Third para PlayStation, Metal Gear Solid HD para Xbox3 y muchos más de este calibre. Yo le pido a mi abuela que lea estas cuatro últimas líneas en voz alta mientras abro un par de paquetes de pilas gordas y las pongo en círculo y abrimos una brecha en el contínuo espacio-tiempo que ríete tu de Chernóbil. Señores de los videojuegos: ¿cómo pretenden ustedes que las personas mayores compren los regalos a los nietos, si para pedirlo suenan tan ridículos como un guiri repitiendo palabrotas que le acaban de enseñar? ¿Es necesario que los títulos sean tan largos que te hace falta un punto de libro para no perderte?
Pero no es el apartado videojuegos el único que se ha vuelto ininteligible al ojo humano, cuidado, que si me pongo a mirar el resto de artículos, encuentro cosas como "set de mechas Montser High", "Bratz masquerade", "Bakugan battle arena" y otras rarezas. A ver quién tiene pelotas de acordarse y repetir estos nombres en público, y más aún cuando quien te ha pasado la información es un niño, esos humanos menudos que se caracterizan por tener tanta imaginación como mala dicción. 

En mi familia hay un episodio de ridículo y bochorno público resultado de una mala pronunciación infantil que aún nos cuesta lagrimones y descojones varios cada vez que se saca el tema (cosa que ocurre a menudo, claro está). Corría el año 1994, más o menos, y mi primo pequeño tenía unos tres años, mucha fantasía y un gran deseo para Reyes: un Power Ranger. Toda la familia sabía qué Power Ranger quería, de la misma manera que todos sabíamos que el niño aún hablaba mal, con esa lengua de trapo tan graciosa que le llevaba a pronunciar las palabras como le salía a él de la chotera. Lo sabíamos todos menos su padre, que no cayó en que el power ranger “manco’’ que el niño pedía a troche y moche no era otro que el power ranger “blanco’’, cosa que le llevó a recorrerse  doscientas jugueterías pidiendo en voz alta a las dependientas un muñeco tullido, movido por esa fe ciega que tienen todos los padres y que les hace defender el pedido del niño como si aquello fuese la verdad absoluta.  Imagino las carreras al almacén que debían pegarse todos los empleados a los que mi tío discutió "que si mi hijo pide un Power Ranger manco, es que existe’’. Y no creo que corrieran para buscar entre las cajas a ver si algún muñeco venía tarado sin brazo sino a troncharse a grito vivo ahí dentro y evitarle un bochorno público mayor al pobre hombre. Sólo el público, porque el privado ya lo tuvo en casa el día en que llegó rendido después de no sé cuántas horas de búsqueda y confesando, derrotado, que no había manera humana de encontrar el muñeco lisiado de las pelotas.

Debió ser a raíz de episodios como este que los Reyes decidieron cerrar el área de Atención Telefónica y pasaron a recoger todos sus pedidos única y exclusivamente por escrito. ¿Queréis regalos? Pues venga, me los vais poniendo en una lista, clarito en mayúsculas y sin tachones, que aquí ya estamos hartos del choteo de los del Toys'R'us cada vez que nos toca cantar pedidos en arameo.

lunes, 14 de noviembre de 2011

¡Una de calamares!

Hace un tiempo me pasaron el link del blog de una exazafata de vuelo que, harta de recibir correos llenos de faltas de ortografía y sandeces, decidió iniciar una cruzada contra los chonis y los canis de este país. Según cuenta, la mujer recibe cantidades importantes de mails solicitándole información sobre cómo llegar a ser azafata/o con preguntas del estilo ''tengo posivilidades si tengo una 95 de pexo?'' o ''dime lo que aiga que azer para travajarde azafata'', por lo que decidió colgarlo en su blog y empezar una batalla personal contra la imbecilidad. No es para menos.
Yo hace tiempo también que empecé mi guerra contra la estupidez, los canis, las Yesis y demás miembros de esta cutre-panda porque detesto profundamente la ignorancia y la chabacanería y porque, para más inri, lo sufrí de cerca durante un par de años. Ese es el tiempo que pasé trabajando en una agencia de modelos. ¡Hala, qué suerte, todo el día viendo cuerpazos!- pensarán algunos. Pues no, señores. Me habría encantado ser la envidia del barrio y cumplir sus expectativas, pero de cuerpazos nada, porque para encontrar a un guapo/a había antes que lidiar con una media de 76 calamares. Nada fácil.

En esa agencia tuve la oportunidad de ver y oír cosas tan insólitas como imposibles de imaginar y que, en función del día, me descojonaban, me sacaban de mis casillas o me hacían pensar que a la especie humana nos quedaba un suspiro. Sirva como ejemplo:
- Calamar: ''Hola, me vengo a apuntar a lo de modelo, y eso'' .
- Yo: ¿Tienes fotos? (obviamente hablamos de un book de fotos profesionales, no de fotos al azar)
- Calamar: ''Si, las del Facebook, ¿no? A, y en mi casa tengo un mazo, tambiéng, de mi comunióng, con mih colegah,  y eso''...
- Yo: ... (silencio y rictus facial mientras me debatía entre partirle la cara o perforarme la aorta con una grapadora)
A modo de ejemplo, segunda parte:''Pueh ej que mis amigas me dicen siempre que soy mu alta y tal, y pues eso, que vengo pa lo de modelo, pa apuntarme y eso''. Observando detenidamente el pepino que me hablaba y tratando de buscar algo discreto educado y elegante que decirle, mi cerebro sólo era capaz de pensar: ya, un mástil de barco también es alto, cenutrión, y ya ves... Además, tus amigas te habrán dicho que eres alta, pero sobre tu fealdad no te han comentado nada, ¿no? Lástima.
La fealdad ignorada era una patología muy extendida según tuve ocasión de comprobar en varias ocasiones. En demasiadas ocasiones, de hecho. Una nunca estaba preparada para aquellos momentos en los que entraba por la puerta un ser, sin gracia, ni altura ni buen cuerpo, ni fotogenia, ni belleza, ni medidas, ni formación, ni nada que pudiera ser usado como excusa y nos soltaba aquello del: ''Eeeeeh, kái kacé pa' ser modelo y eso'' (N del T: notése el uso abusivo e inútil del  ''y eso'' como recurso lingüístico para el cierre de cualquier oración). ¿Que qué hay que hacer para ser modelo, cebollo? En tu caso, volver a nacer y cambiar de padres, muchacho, porque no te ha tocado, ni remotamente, la combinación ganadora de genes y cromosomas. Qué valor...

A estas alturas quizás a algunos les parezca que estoy siendo cruel y estén pensando que me estoy pasando, que no está bien meterse con la gente sólo por su físico, que en el mundo tiene que haber de todo, que no hay que reirse de la ignorancia, etc. Y les daría la razón sin rechistar si no fuera por un detalle: que lo que estoy explicando se daba en el contexto particular de una agencia de modelos. Con lo cual, y antes de ir a apuntarte como tal, asegúrate de tener algo más que cara dura, ausencia de espejos en tu casa o falta absoluta de sinceridad por parte de tu círculo más cercano que te miente al decirte ''tendrías que ser modelo con lo bonico que eres''. En una agencia de modelos (donde, recuerdo, se contrata a gente altísima, guapísima, estilosísima, rebuenísima y todos los ísimas que se le puedan venir a uno a la mente), no deberían darse momentos protagonizados por chicas de metro catorce de altura y con unas cartucheras que ni en los mejores western que aseguraban ser modelos de pasarela; o canis recién salidos del Pachá con looks tremebundos de camisa abierta, pierciengs blancos por doquier, brillantes a lo Guti y una muy mala actitud de quepimquepamquepasaneng; o garrulos que venían en grupo para ser modelos (todos) y pretendían inscribirse para ''a ver si nos yamái pa una sesión de fotos o algo'' o para ser ''modelo de pelo'' y ''asín''. No señores... no deberían darse estas cosas, porque ni es el lugar, ni es la actitud, ni hace falta que las que curran ahí sufran tanto.

Aquello era un no parar, una fuente inagotable de gente extrañota con poca idea de lo que es el sentido común y con menos idea aún de lo que significan conceptos como sentido de la estética, sentido del ridículo o la vergüenza ajena (que es la que pasábamos el resto cuando oíamos o leíamos depende de qué cosas). Y es que el modo presencial era duro, pero cuando recibíamos e-mails con fotos o solicitudes para apuntarse a la agencia la cosa no mejoraba mucho. Yo ya intuía la tragedia cuando, al abrir mi Outlook, veía que tenía un nuevo correo procedente de direcciones como: sAh-mORena-aHi@hotmail.com; diablilla-delhospi@hotmail.com , moREnAko_guApO@hotmail.com, elaModlTuNinxaBal@hotmail.com y otras perlas del estilo. De manera instintiva y sólo ver los remitentes mi mano izquierda empezaba a palpar por la mesa a ver si encontraba algún clip u objeto punzante que clavarme en los ojos, porque yo ya sabía que nada bueno podía venir después del doble click de la muerte para abrir el correo. Y efectivamente, nada bueno había. De la frase ''mándame por e-mail fotos tuyas profesionales o donde se te vea bien y con claridad'' (que se les decía una vez se les informaba que de modelo nasty pero que si querían ser figurantes para spots, aún) ellos habían entendido únicamente las palabras 'mándame' y 'fotos'. Por eso el contenido de aquellos correos era una secuencia de imágenes infames y perforadoras de retinas tales como: fotos de ellos mismos en el baño y delante el espejo, borrosas, con el alicatado de la bañera como photocall, gafas de sol y móvil en primer plano. Conclusión: si una foto con gafas de sol en el baño de tu casa, con el Moussel de fondo y las baldosas de los sesenta es lo más profesional y elegante que se te ha ocurrido, no te digo nada como te pida que me mandes un currículum. No, mejor me arreo contra el teclado y acabo antes.
Otra variante: fotos de ellos mismos en su habitación, con gorro y gafas (que iluminación tan potente tienen que tener en esas casas que todos necesitan llevar gafas de sol, oye) . Eso sí, pondiendo morritos, bien cani, y con peluches, pantallas de ordenador, ropa tirada, pósters , adhesivos y trastos por todas partes como fondo pa' la foto. Ole tú, chaval. O-le-tú y gracias por enseñarme tu leonera, la de mierdas que guardas y la conversación chorras que estás teniendo por el ''mésenyér'' justo en el momento de la foto, para el que no has tenido ni el gesto de cerrar el ordenador. Eres todo detalles.
Algunos también tenían la guasa de mandarnos fotos nocturnas y de grupo, en las que aparecía el sujeto que quería apuntarse a la agencia, catorce amigos, dieciséis cubatas (inexplicable, si), piernas levantadas, caras de taja y algún coche detrás (tuneao, siempre). Que gusto de mail, ay sí. Porque no solo me toca contemplar una foto de una pandilla de mamelucos haciendo botellón sino que encima tengo que dejarme la vista para ver cual de todos ellos es el ceporro que vino a dejar sus datos. Gracias amigo, por tus entendederas y por tu colaboración con mis ejercicios de resistencia visual.
Después de todo esto (y de cientos de escenas más que no caben en este post), me di cuenta que mi umbral de soportabilidad estaba más que sobrepasado y que sangrar por los ojos como las vírgenes milagrosas no era necesario. Así que antes de que aquello fuera a más y el mismísimo Lucifer viniera a buscarme en vida para arder en el infierno por tener tantos malos pensamientos, decidí seguir con mi cruzada anti choni-cani en otra parte, tarea que combino con la recogida de firmas para la beatificación de las chicas que siguen trabajando allí. Porque si el Vaticano tiene el cuajo de beatificar a señores del Opus que nos la traen al pairo a la mayoría, a estas valientes que se encuentran fregaos como estos a diario, las tienen que nombrar como mínimo Apóstolas. Bendita paciencia.

lunes, 7 de noviembre de 2011

Dolores y temores de un pequeño roedor


Hoy es uno de esos días en que tengo más genes en común con un hámster que con un homínido. Y no porque me pirre el pienso y correr en mi rueda tiovivo, sino porque tengo una muela chunga y la cara hinchada como si almacenase pipas para toda una vida. Ha sido precisamente este cambio de look facial lo que hoy me ha obligado a ir al dentista.
Canguelo en mayúsculas.
Si me asegurasen que funciona sería capaz de beberme tres garrafas de gasolina viva, rematando con un cigarrito después, con tal de no tener que ir al dentista, pero hoy ha llegado el día en que tenía que elegir entre eso o pedir hora para que me extirpen el hígado, que será lo próximo en cascarse como siga con este colocón de nolotiles y anti inflamatorios que llevo. Y he ido, sí, y me han dado hora para dentro de una semana, que es lo que tardará el antibiótico en hacer que mi cara mute de ardilla a persona otra vez.
Estoy que no vivo.

Reconozco abiertamente que yo ya no soy del ramo de la valentía para estas cosas, pero reconozcamos también que esta gente no lo pone nada fácil. A mi me destruyen el poco valor que he conseguido reunir para el día de la visita tal y como llego a la consulta, con ese olor a desinfectante-flúor que te arrea en la cara como un bofetón y con ese ruido acojonador que hace la máquina infernal de agujerear piños. A propósito de esto: si han encontrado silenciadores para los francotiradores y sus rifles de asalto (de mata) ¿no ha habido nadie en toda la historia de la ingeniería capaz de inventar algo para silenciar ese ruido de boing 747 que pega el taladro? Si la ausencia de inventiva se debe a razones de presupuesto, pueden también repartir auriculares amortiguadores del ruido, como llevan ahora todos los sopladores de hojas que ''barren'' las calles de Barcelona. Sea como sea tienen que hacer algo, por el amor de Dios, porque con ese leve detalle conseguirían ustedes reducir mi nivel de canguelo en el cuerpo en un 40% y el nivel de ansiedad de los que vienen detrás en la misma proporción. Por compasión, ni que sea, es para planteárselo.

Es curioso que, atentando sólo contra dos de mis sentidos, olfato y oído, mi cuerpo entre ya en tal estado de alerta que consiguen que me siente en la sala de espera achantadica perdida y con la misma expresión que los del Patíbulo. Mis niveles de dignidad y valentía siguen en descenso cuando la enfermera grita mi nombre (cosa que invariablemente me asusta y hace que me suba el rile por el espinazo), para que la siga hasta la salita quirófano y su diván-transformer, que debieron inventar los mismos cachondos que la máquina taladro, porque tiene un mal sentar y un patinar que no es normal. Y por más acopio de valor que intento hacer, me dura la madurez lo que un helado en la playa, porque a la que veo a la doctora armada con el instrumental de tortura y con la mascarilla puesta a modo verdugo, me vence el terror infantil. No me hinco de rodillas y le suplico piedad porque la enfermera ya me está achuchando por detrás cogiéndome el bolso para dejarlo en la silla mientras me ata la servilleta al cuello y la dentista rueda hacia mí.
Se acabó el vocalizar, chata.

¿De qué servirá que le señale y le cuente a la doctora qué muela me duele si va a darle viajecitos con el hierro de todas formas? Si le doy referencias de posición, tipo la segunda después del colmillo, ¿dónde está la duda, Torquemada? No tiene pérdida, es evidente, pero hasta que no hay aullido de dolor no hay premio y no se pasa a la segunda fase: hay que matar el nervio + ven aquí que te pinche. Esto sí que tiene guasa. Que una anestesia duela tanto como si te metieran un hierro candente marca-vacas es tan paradójico como que un café te duerma de sopetón antes de despejarte para siempre. Es un sinsentido que me niego a aceptar hasta que no me den una explicación científica (pero tu vete poniéndome mucha anestesia, que prefiero que me duermas hasta el ojo y estarme unas horas como Mari Trini antes que notar un nanogramo de dolor). Afortunadamente, y pese al dolor extremo, la inyección acaba funcionando y lo que sigue a partir de ahí es lo de siempre: boca abierta como un rape, ruidos de Bricomanía que jamás hubieras dicho que oirías desde dentro de tu cabeza y cantidades ingentes de baba, como si te hubieras pegado un atracón de dos kilos de sugus justo antes de entrar. Ah el cuerpo humano, qué curioso es.

Ya he pasado antes por esto y ya se que siempre he salido viva y luego todo ha ido según lo previsto (decir ''bien'' sería tan osado como llamar ''moza'' a la duquesa de Alba - con quien, por cierto, comparto rictus tras la sesión)- pero por conocido que sea el proceso y por optimismo que le eche, ya se sabe: los hámsters somos más bien cagones.

miércoles, 2 de noviembre de 2011

La cagamos, Luís

Recto 200 metros, cambio de carril a tres, señora que sale de detrás de furgoneta que no deja visibilidad a las doce !ras! Ojo abuelo gallumbos cruzando con muleta, en rojo y por el medio, unos huevos como botijos, oiga, que a la petanca no se llega tarde. Frenada larga, señora con bebé que cruza en diagonal sin mirar, ¡a las tres corta! Empanado escribiendo con el móvil, ¡ojo barro! que el lumbreras pasa confiado y pendiente solo d scrbir l sms xa ls klgas. ¡Cuidao taxi! que decide parar aquí y no un pelín más adelante donde moleste menos, frenazo ¡Ras! y warnings, tarde pero cumpliendo. A fondo ¡sasaaaar y a cuatro para rrras! Abuela chochona que cruza en rojo y sin despeinarse el cardado, venga Rafi que el Aquagym no espera. ¡Cuidao ahí! Bici paseante por la calle Aragón, ¡trata de arrancarla! o irte a una calle más tranquila, hijo, que aquí te van a dar arrás también.
Tres derecha arriba, conductor medicado con valium buscando sitio para aparcar en punto muerto, que te da tiempo de sacarle raíces cuadradas a todas las matrículas ¡por Dios! ¡Cambio de rasante! y pandilla de chonis daltónicas con móvil-arradio que no distinguen rojo de verde y tocar las palmas es lo primero. ¡No nos da tiempo, Carlos! Ojo puerta de par en par con señora párate-aquí-Paco-que-me-bajo-y-no-me-espero-ni-al-chaflán, ¡sassssaaaarrrr! Cinco izquierda, moto garrula forrada en peluche tigre y con tubo taladrante que te roza al pasar ¡y arrrrás! Cortan árboles: dos carriles menos, ¡tres derecha rás! Camión basurilla limpiador de colillas, chicles y lentillas una por una, atorando un carril entero  ¡aaarrrrráas y fondoooo!

Esto es lo que vendría a ser, resumiendo y en palabras, la banda sonora que suena en la cabeza de una servidora cuando conduce su moto por Barcelona y se encuentra este muestrario salvaje de gente asilvestrada circulando. Ya que mientras conduzco tengo que estar tan atenta que sólo me da tiempo de frenar y, a lo sumo, soltar algún improperio, aprovecho este espacio para enviar un par de mensajes:

- Señores del Ayuntamiento: ¿es necesario cortar árboles en horario de desplazamientos matutinos casa-trabajo? ¿Les parece una buena idea que servidora llegue a currar como un San Jacoco rebozada en serrín y polen? Y respecto al camión colillas,  ¿a manguerazos o escobazos no iríamos mejor? Más que nada porque no se yo si sale a cuenta tanta inversión en gasolina y cepillos de dientes (que es con lo que deben barrer a juzgar por la limpieza detallada ) para intentar recoger todo lo que la gente guarreras tira al suelo. Forren las calles con charol, y que resbale to' p'abajo, oigan.

- A los aparcadores en punto muerto: si tu ausencia de aceleración es por miedo a volcar o a derrapar, tranquilo machote, que eso es tan difícil como que algún día aprendas a conducir con garbo. Si lo que tanto miedo te da es pasarte de largo EL sitio para aparcar, te recomiendo que pares el coche y lo cargues sobre tus hombros, porque al ritmo de paso de semana santa que llevas, ponértelo encima es el único detalle que te separa de ser un costalero como dios manda. Eso, y el capirote, claro.

- Al abuelo gallumbos: si lo que quiere es adrenalina y ponerle emoción a su vida cruzando por donde le pasa a usted por el moñate, le propongo un Doble Combo Hit: pruebe a hacer lo mismo pero esta vez en la AP-7, sin muleta y con las bolas de la petanca ensartadas via rectal. Verá como además de riesgo y aventura su próstata parecerá otra al final de la jornada.

En lugar de tanta guía de civismo y educación que quiere hacer el Ayuntamiento, más nos valdría un entrenamiento militar para desarrollar reflejos de rally y técnicas de supervivencia extrema.

martes, 18 de octubre de 2011

¡Torero!

El gimnasio al que voy no tiene un acceso directo e íntimo que comunique los vestuarios con la piscina, por lo que para ir del punto A al punto B tienes dos opciones: o bien usas el recorrido pensado para ello y que implica pasar por un breve lateral de la sala de fitness, o bien cruzas la sala entera y por el medio (dependiendo ya de las ganas de exhibicionismo que tenga cada uno). El pasillito lateral es el trayecto más corto y el camino que todos los usuarios eligen hacer, por práctico lógico y discreto. Todos menos ÉL.

ÉL, señor de edad comprendida entre los 56 y los 76 años (puede ser joven mal conservado o mayor con buena piel), gordo como un pavo relleno y con una barriga a punto de escupir muñecas Matrioskas de sí mismo, elige ir a la piscina haciendo un paseo torero por toda la sala de fitness. Orgulloso de su cuerpo ibérico y con con el mismo porte que el gallo Claudio, ÉL cree que ahorrarse el atajo y alargar su trayecto hasta la piscina es el mejor regalo que nos puede hacer, porque ÉL es así, generoso, y no se corta un pelo.
Claro que no.

ÉL, calvo en la parte superior de la cabeza y con pelo larguito en la parte inferior, opta por salir del vestuario con sus chancletas de belcro, (amantes de las reliquias, ¡a por él!) un diminuto bañador negro estilo farda-huevera y una pequeña toalla que, lejos de tapar un centímetro de su curiosa figura, decide llevar en la mano (!!!!!) Claro hombre, ¿por qué tapar ese cuerpo made in Botero pudiendo lucirlo como Paquirri por todo el ruedo?
Qué valor.

La mayoría de los usuarios del gimnasio que hacen el recorrido vestuario-piscina tienen más pudor y mejor cuerpo. ÉL no. Pero o no lo sabe, o le importa un carajete. Porque ÉL va a la piscina con la cabeza bien alta (por orgullo y porque el estómago vacuno le resta visibilidad) cuelga su toalla dinA4 en la barandilla y, satisfecho y ufano, se coloca el gorro del terror, acabando así con la poca dignidad que le queda. Lo del gorro es universal, seamos justos, y no hay ser humano que al ponerse uno se libre de parecer un figurante de Cocoon. Pero con ÉL, en particular, el gorro se ceba más que con el resto, porque la presión de la silicona le levanta esa melenita rala que le cae por detrás y se la deja a modo toldo sobre la nuca. Así que sumando este dato al plano general del señor, que lleva como único atuendo un bañadorcito Speedo que le tapa la chotera, la cosa se pone ya incómoda de mirar.

Se podría pensar que, si va así vestido, es porque es un profesional del crol, la braza o el estilo mariposa... ¡Pues no! Porque él no va a la piscina de nadar, no hombre, él va a la de flotar y a la de ponerse bajo los chorros, no se vaya a escoñar y pierda un milímetro de grasa corporal, vaya a ser que pase frío luego cuando venga el invierno...
Así que después de garbancear un rato y sin hacer nada más que mirar a los que hacemos ejercicio, considera que ya ha tenido bastante agua y sale de la piscina, con un andar más raro que antes si cabe, dando pasitos cortos y medio de puntillas, a lo gato Silvestre.
Y como a él le trae al pairo lo que vemos el resto del mundo desde fuera, vuelve a hacer el recorrido de vuelta del punto B al punto A por el medio de sala de fitness, paseo torero volumen II, siiiiii señor: luciendo cuerpo flamenco, con el gorro toldero aún puesto y secándose la barbilla con su toallita XS, que es lo único que esos escasos 20cm de tela pueden hacer por él.

Y yo pedaleo para olvidar.

lunes, 10 de octubre de 2011

La mala educación

Continuamente oigo frases y expresiones vacías que me sacan de mis casillas por absurdas, manidas, ñoñas y sin significado. Me refiero a fórmulas como, por ejemplo, la de los ''dos tipos'': ''hay dos clases de persona , los que pasan la vida soñando y los que dan vida a sus sueños'' o ''hay dos tipos de persona, los que dejan huella en la vida y los que no''. ¿Soy yo, o aquí huele a boñiga de Power Point? Ecs!
Sin embargo, y al margen de lo irritante del tema, me he dado cuenta que para muchas cosas sí hay dos tipos de persona, y acostumbran a ser siempre grupos opuestos y excluyentes. Por ejemplo, están los que se despiertan con un hambre atroz y aquellos a quienes ''no les entra nada en el estómago''; o en el ámbito económico, hay quienes pagan con naturalidad y elegancia cuando traen la cuenta, y hay a quien siempre se le atasca la pasta en el bolsillo o el billetero en el bolso. También existen dos categorías en cuanto a vida social se refiere: en un lado están aquellos que cuando tienen pareja desarrollan un transtorno obsesivo y pierden el mundo (y su entorno) de vista, y en el lado opuesto están aquellos que son capaces de mantener novio/a y amigos al mismo tiempo.
Pensando en esto de los dos tipos y a raíz de una ''cita'' que tuve la semana pasada, me he dado cuenta que también hay dos categorías en cuanto a conversación se refiere. En un lado, estamos aquellas personas que nos interesamos por el otro, tenemos conversación y manejamos el acto social en sí (en este caso, tomar algo) con buena energía y predisposición. Y en el otro lado, diametralmente opuesto y profundamente enervante, están aquellos que se apalancan en la habilidad de los anteriores, que no le ponen ni intención ni gracia, y que cargan al otro con todo el peso de la conversación. Y eso, a mí particularmente, me toca mucho el carrillón.
A mi modo de ver, la mala educación es algo que va mucho más allá de gestos como comer con la boca abierta, insultar a alguien groseramente o tirarse un pedo en la mesa, porque todos estos actos desafortunados, de tan flagrantes, son fácilmente identificables. ¿Pero qué pasa con esos otros detalles que están presentes a diario y en los que nadie repara? Pues ya les contesto yo: pasa que no se delatan, que se van perpetuando, que se van aguantando sin más y que se disculpan tras palabras como timidez o sosura cuando, en realidad, es pura mala educación.

''Bueno, ¿ y qué? No se.. cuéntame algo''. Esta es la variante más descarada de este tipo de mala educación, integrado por aquellas personas que tienen los santos cojones de decirte abiertamente ''entretenme''. Ante semejante muestra de descaro y desfachatez, a mi sólo se me ocurre una respuesta posible: contar y relatar, con todo lujo de detalles, la salida triunfal que va a acontecer tras esas palabras: ''pues mira, con la mano derecha agarro mi bolso, que yacía imperturbable en el respaldo de esta silla, que ya no aguantará más el peso de mi culo, que será lo último que veas de mi persona tal y como cruce la puerta, que es lo que me dispongo a hacer ahora mismo vista tu desfachatez y estos huevazos que tienes de no sacar, ni por decoro, un tema de conversación. Yo añadiría un buen guantazo al final pero, como probablemente más de uno pediría una explicación tras el ostión, me ahorraré el gesto sólo por no darle el gusto de mi conversación. Anda, rima y todo.

''------------------- ''(silencio y mirada al vacío) es una actitud también muy socorrida y empleada, principalmente, por aquellos que piensan lo mismo que el grupo anterior pero no tienen pelotas para pedirte el espectáculo a la cara. A mí, personalmente, me caen peor porque además de ser la peor compañía y unos auténticos maleducados vienen con el bonus extra de ser cobardes, cosa que les hace tremendamente detestables. A los de esta calaña se les distingue por estar sentados ante un compañero solidario que va sacando temas de conversación de debajo de las piedras hasta la extenuación, mientras ellos se limitan a mirar a ese pobre como las vacas miran el tren, sin expresión ni intención de colaborar. Y lo peor de todo es que no sólo no aportan nada al encuentro, sino que ni siquiera se molestan en darle cancha a los temas del otro, por lo que la ''conversación'' muere cada pocos segundos. Ahora que tengo claramente identificado que esto es mala educación y que ya no lo confundo con timideces ni me siento responsable de arreglarlo por cortesía, he decidido dejar de aguantar losas y hacer lo que debería haber hecho hace tiempo: levantarme parsiomonosamente con el mismo silencio impertinente que usa el otro y largarme, lenta muda y afectada, a lo Bette Davis.

''Oh, es que no se me ocurre nada que decir''  es uno de los argumentos que estos invitados de piedra (que consideran que respirar cerca tuyo es sinónimo de hacerte compañía) esgrimen para defender su falta de consideración. Como no es bonito criticar sin ofrecer soluciones, a esta gente les propongo que, si no se les ocurre nada, en lugar de quedar con personas queden con sus amigos los mapaches (con quienes comparten el mismo nivel de diálogo). Si tienes una limitación cerebral tan pronunciada que te hace incapaz de conversar con normalidad con una persona, opta por quedar con animales que, con un azucarillo que les des, te garantizan su compañía durante un rato largo.

¿Qué ha sido de las mal llamadas ''conversaciones de ascensor'' de las que tanto se ha reído todo el mundo pero que tantos minutos del entresuelo al séptimo han salvado? ¿De verdad que ni siquiera se les ocurre decir algo así como ''hay que ver como ha cambiado el tiempo''? Pues se ve que no, y es porque no tienen ningún tipo de interés en ser considerado con el otro, por lo que me pregunto ¿para qué me mato yo entonces en serlo con estos ceporros?
Dado que, hasta la fecha, el método de la cortesía y de la educación no me ha dado buenos resultados he decidido emprender una cruzada contra la mala educación, y para ello voy a emplear una táctica la mar de sencilla de origen francés que se lleva a cabo con un único gesto: largarse sin más. Au revoir!

jueves, 22 de septiembre de 2011

La felicidad a-a-a-a

Hoy me he encontrado cinco euros en el bolsillo de un pantalón. Me lo puse hace unas semanas, lo colgué y, hoy que lo he vuelto a recuperar, he encontrado ese billetito justo al meter la mano en el bolsillo para dejarlo liso por dentro y que no hiciera arruga. Tacháaaaaaaaaan, ¡momento glorioso! ¡fortuna inesperada! ¡ola de ilusión! ¿Ilusión? Visto con objetividad, es realmente absurdo que me haga ilusión encontrarme mi propio dinero en un pantalón. Para empezar son solo cinco euros, con lo cual he pensado: guárdate la ilusión para cuando te encuentres doscientos billetacos de 500 pavos como mínimo. Pero es que además es mi propio dinero, cosa que significa que tengo lo mismo que ayer al acostarme porque mi cuenta no ha sufrido variación alguna. Mi sorpresa, y motivo de mi reflexión, viene cuando me doy cuenta que soy cinco euros igual de pobre que antes de meter la mano en el bolsillo, pero tengo una cantidad de ilusión cinco veces mayor que antes de hacer ese gesto.
No tengo muy claro que ''ilusión'' sea la palabra exacta para definir esa sensación. Creo que, para ser rigurosos, sería mucho más acertado llamarlos ''momentos gloriosos'' porque técnicamente es lo que son: momentos (duran realmente poco) y gloriosos, porque durante unos instantes tocas el cielo con la punta de los dedos (hasta que te das cuenta que tampoco era para hacerle un piromusical al asunto). Sea como sea, hay dos cosas que son innegables: son un subidón de felicidad en tiempo real y, por veces que se repitan, el placer es máximo.

Un momento glorioso (que a mi particularmente me sucede a menudo debido a mi elevado grado de despiste con el calendario) es cuando me levanto un jueves para ir a trabajar, CONVENCIDA de que es viernes. Dios mio, cuánta felicidad y que sensación de poder le entra a una sólo de pensar en el ''¡atomarporculo!'' que entonará mentalmente tal y como salga por la puerta sabiendo que tiene dos días por delante. Pero no. Ni se acaba ahí la semana ni vas a mandar a tu jefe a la mierda imaginariamente, porque es jueves y te has dado cuenta o bien antes de llegar a la oficina (en el mejor de los casos y para evitar ridículos) o una vez allí gracias al calendario de la mesa (instante en que oyes cómo tus propios órganos va estallando de lo mal que se encaja ese dato). ¿Momento? Sí. ¿Glorioso? Un rato lo fue. ¿Ilusión? Como sinónimo de espejismo, sí. Pero el ratito valió la pena.
Lo mismo pasa al revés, ojo, cuando te levantas pensando que es jueves y ¡sorpresa, ya es viernes! Este glory minute dura más, sí, porque sientes que la vida te ha perdonado un día de trabajo y, creyendo tener a la Fortuna de tu parte, te vienes arriba y vives ese regalo como algo grande, como si el fin de semana fuese a durar tanto como una boda gitana. Pero tras esta euforia absurda (también conocida como ilusión) generalmente viene la colleja de realidad al recordar que no tienes plan, no hará buen tiempo y te toca plancha. Ay, qué efímera es la alegría, tu, pero qué segundos.

Con el despertador también he tenido momentos de falsa-ilusión absolutamente orgásmicos. Esto es típico de los sábados, cuando suena la alarma a las 7,45h (porque el día anterior olvidaste desprogramarlo) y te despiertas de golpe, presa del pánico, abriendo mucho los ojos y apretando el cerebro para seguir la ruta archivo/abrir/qué día es hoy. Es curioso porque cuando ese chisme infernal suena entre semana, me jode, sí, pero no me da terror. Ahora bien, si el despertador suena un sábado, se me sale el corazón por la boca y me quedo durante unos segundos desorientada y atemorizada pero, cuidado, estirada e inmóvil, con lo que concluyo: mi cuerpo es más listo que mi cerebro. La cosa es que una vez pasa esta fase y eres medio consciente de que es festivo y no trabajas, hay unos instantes (unos diez segundos tirando largo) en los que el mundo se para y solo existe tu manta, tu gustera y Dios, que te saluda con la mano mientras te susurra dulcemente una cifra: la del porrón de horas que te quedan por delante. Es un momento glorioso de placidez inexplicable que culmina con la secuencia darse la vuelta, acurrucarse y volverse a sobar con esa medio sonrisa en la cara que tienen siempre todos los Budas. Máxima felicidad.
Con esto me he dado cuenta hoy que, a parte de acertar en la Euromillones, las vacaciones, una fiesta sorpresa, un aumento de sueldo etc., hay muchas otras cosas que, casi a diario, me producen petardazo de gloria. Me ilusiono cuando inesperadamente me informan que el artículo que he comprado está rebajado dos céntimos; o al descubrir que alguien tiene alguna manía tan rara como la mía (estos son los momentos ''¡hala yo también!); me ilusiona encontrarme a alguien que conozco en el coche de al lado y saludarlo tocando el claxon a lo loco y gesticulando mucho; o abrir una bolsa de patatas y que lleve premio, cromo o mierdi pegatina; me parece mágico ese instante en que pruebas algo que has cocinado y, sorprendentemente, está bueno como nunca imaginaste; o que me den recuerdos de parte de otro alguien que, por lo visto, se acuerda de mí.
Así que haciendo recuento, y se llame como se llame esa sensación, hoy puedo concluir que sí, que de ilusión también se vive.

lunes, 12 de septiembre de 2011

De generación en generación

Últimamente en mis zappings me cruzo cada dos por tres con la reposición que está haciendo un canal de televisión de Sexo en Nueva York, una serie que en su momento me encantó y que tiene el mérito de haber sido la primera en tratar el sexo de las mujeres, sin tapujos y con mucho detalle. Ahora que la vuelvo a ver, a toro pasado y con más perspectiva, debo decir que me parece un auténtico bodrio a excepción de una de sus protagonistas: Samantha. Para quienes no sepan nada, la serie retrata la vida de cuatro amigas residentes en NY: Charlotte, mojigata, pava, anticuada y profundamente acomplejada; Carrie, neurótica y desquiciada, ridícula, más mojigata aún que la anterior- aunque disfrazada de modernidad- y con un sentido de la moda completamente incoherente; Miranda, ácida, rara, fuerte y el segundo mejor personaje; y Samantha, libre. Sin más. Ella hace lo que le parece, practica sexo con quien quiere y, pese a las críticas y a los prejuicios a los que se ve sometida, defiende a muerte su libertad para hacer y ser lo que quiera, sin culpabilidades. Evidentemente es una serie de ficción, porque todo el mundo sabe que ni se puede andar por ninguna ciudad, por bien asfaltada que esté, con semejantes tacones y modelos, ni se puede tener sexo sin culpa si eres mujer. Sorpresa, de liberación nada.

Por lamentable y prehistórico que parezca a las mujeres nos educan desde tiempos remotos de otra manera, bajo la censura, los prejuicios, el servilismo, los complejos, la competitividad, el auto castigo y, sobretodo, con la culpa como testigo de todo. La culpa que una debe sentir si es libre y quiere ejercer ese derecho, la culpa que una debe tener si practica sexo con alguien sólo porque le apetece. La culpa y la suciedad que una debe sentir si actúa como lo han hecho los hombres desde que se respira oxígeno en este planeta: con libertad.
En temas de sexo a mi me enseñaron que, pese a que podía hacer lo que quisiera, siempre era mejor ser muy selectiva, que fuese con alguien especial y con amor, porque luego, si no, podía arrepentirme. ¿De qué? De ser libre, claro.
Pese a que la amenaza del arrepentimiento sobrevolaba por encima de mi cabeza, en cuestión de sexo he hecho siempre lo que me ha dado la gana. He tenido tantos ligues rollos y amantes como he querido, he practicado sexo por diversión sin pretender más ni querer noticia o llamada de mi partenaire al día siguiente. He experimentado sensaciones y emociones tanto como me ha apetecido y he crecido sexualmente a mi manera, con amor y sin, con gente especial o gente que era simplemente un cuerpo, por diversión o por amor, por cariño o por puro morbo. Y con absoluta impunidad casi siempre. Porque esta declaración de vida no estaría completa si no mencionase un episodio de culpa que tuve también en su momento, una culpa de mierda, machista y judeocristiana. Una culpa que me enseñaron a tener si me pasaba de esa línea de rotring que separa lo decente de lo que en una mujer está feo. Se manifestó un día en forma de sensación sutil, como uno de esos malestares que te hacen estar intranquila pero no sabes por qué, uno de esos nudos en el estómago que que te hacen pensar que hay algo que está mal o que no has hecho bien. Era algo borroso y muy indefinido hasta que, de pronto y con una nitidez de Nikon, vi que me sentía culpable (yo) por haberme acostado con un tío que resultó ser un auténtico mierda después. Tiene cojones que, siendo él la escoria, la culpa la sintiese yo. Tras superar la sorpresa por lo paradójico del tema, pensé: ¿por qué en lugar de cabreo, de indignación o de sencillamente nada, estoy sintiendo culpa? Porque me enseñaron que eso existía y que es lo que toca si eres tan libre. Porque me dijeron ''vigila que puedes sentirte sucia'' en lugar de enseñarme a no permitir que me sintiera mal por vivir lo mío. Me enseñaron a hacer lo que quisiera pero con discreción, sin parecer ''demasiado'', dando así la razón a todos aquellos que piensan que en público, el sexo de una mujer tiene que ser limitado. La culpa no es biológica, no viene en el paquete de ser mujer ni en las células femeninas. La culpa te la comes a cucharadas desde pequeña.
Y ahí, alucinando con lo cruel del tema y con el ajo en el que yo (¡tan liberada como me creía!) también estaba metida,  vi claramente que la culpa no es mía, que yo no tengo que arrepentirme de nada. Y así como de los errores se aprende, me llevé una gran lección que tengo muy aprendida: si vuelvo a tener sexo con alguien que luego resulta ser un absoluto desgraciado, en lugar de poner en duda mi decencia y flagelarme por no ser vidente para haberlo visto venir, me limitaré a perdonarme esa mala elección con la misma rapidez con que me perdono haber alquilado un DVD en el Cinebank que luego ha resultado ser una bazofia. Yo no he dirigido esa película, así que la culpa aquí no tiene lugar.

De lo que sí me arrepiento, de verdad que sí, es de no haber dado un par de hostias cada vez que he oído que se juzgaba a una mujer por tener sexo con quien quiere y decirlo abiertamente; o de no haber dado un golpe más fuerte en la mesa cuando he oído cosas como ''vaya guarra'' o ''menuda zorra''; si me arrepiento de algo, es de no haber escupido en la cara a aquellos que utilizan como insulto una libertad ajena y a quienes convierten el sexo y el placer físico femenino en algo vulgar, en una condena al zorrismo y en algo de lo que una mujer no se puede nunca jactar; si me lamento de algo es de no haber defendido con más fuerza mi libertad para ser como quiera, entre dentro de lo esperado o no.
Las mujeres no debemos ser más ni selectivas ni más románticas ni más cuidadosas si no queremos; no tenemos por qué ser más discretas en cuanto a nada ni tenemos por qué tener una vara mucho mas rígida para medirnos; no estamos genéticamente programadas para tener poco sexo y con pocos amantes, ni deberíamos concebir siquiera la posibilidad de ''sentirnos mal'' por haber sido libres y haber probado un número x de parejas. Y por supuesto no deberíamos sentirnos sucias jamás, porque practicando el sexo hay dos, oiga, y pretender que yo sienta culpa por follar con alguien implica otorgar a ese alguien un grado de autoridad por encima de mí y el derecho a juzgarme por algo que estamos haciendo los dos. Y que yo sepa, no le debo nada a nadie, ni siquiera a mí misma.
No me arrepiento de nada porque la culpa me la contagiaron. A mí por naturaleza no me nace. Y ojalá que en el diccionario de las generaciones futuras, ''guarra'' signifique únicamente ''hembra del cerdo'', porque eso querrá decir que la culpa dejó de transmitirse de generación en generación y que ya no existe insulto por ser mujer y sexualmente libre.

jueves, 8 de septiembre de 2011

El idioma peluquero y otras lenguas desconocidas

Aún no he descubierto las palabras mágicas que hagan que las peluqueras entiendan y hagan lo que yo les digo y no lo que les pasa por la chotera. Ir a la peluquería es, la mayoría de las veces, una gestión inquietante. Porque tu sabes que vas con una melena esteparia y salvaje que da miedo, sí, pero sabes también con la misma certeza que cuando hayas salido no estarás mucho mejor.
La cosa empieza mal ya desde el momento que entras y te dicen: ''hola, ¿qué te vas a hacer?''. Mala pregunta, amiga, porque supone ya de entrada una mentira. ¿Qué te vas a hacer? Qué me vas a hacer tú, flori, porque por mucho que yo te pida que me cortes un poquito las puntas harás lo que te pase por el níspero y me dejarás, tirando bajo, unos tres meses ridícula y sin fotos. Qué te vas a hacer dice... qué guasa le echan, encima. ¡Rigor nena, rigor! Igual soy yo que no me explico bien, pido rarezas, las despisto y es por eso que no me entienden. Pero por más vueltas que le doy a esta teoría no me acaba de cuadrar, porque a mí el castellano siempre se me ha dado bien y el de la peluquería es el único gremio con el que no me entiendo. Yo voy a la panadería y pido una de cuarto, y me dan eso, una de cuarto. En el bar, si pido un cortado no me ponen nunca un sol y sombra. Me ponen un cortado, coño. ¿Por qué si digo ''córtame las puntas'' me rapan a lo Papá Comandante? ¿Es que tendría que haber especificado que las puntas que quiero cortas son las de abajo y no las de la raíz, quizás? Tate, que igual es eso.

¿Por que hay peluqueras que me quieren mal sin conocerme, así de entrada? No me ha dado tiempo ni de decir buenos días que ya me odian a morir. Digo yo que me odia si tiene los huevos de dejarme como me deja cuando salgo por la puerta, con una forma de cabeza indescriptible y con el teléfono en la mano para llamar a mi madre y explicarle el complot que han urdido las del gremio de las tijeras y los rulos. Porque esto es un complot, estoy convencida que de accidental no tiene nada.
Ya para empezar hay algunas peluqueras que, de tan limpias que son, entienden que lavar implica limpiar hasta debajo del cuero cabelludo si hace falta. Por eso algunas te lavan con las garras y te hacen saltar lagrimones como puños del viaje que te están dando a cada pasada ras ras ras a lo loco. Levantar la alfombra para limpiar debajo está bien reina pero, si no te importa, la piel me la dejas.
Luego te pasan al trono de lluvia de estrellas, ese en el que te sientas con el pelo reguleras y del que te levantas con una imagen lamentable, ridícula y, casi siempre, pareciéndote a alguien. Ese alguien no es nunca una celebrity guapa y cool, no te preocupes que ellas ya se lo encargarán de que acabes con un look tipo Leonardo Dantés, Lionel Richie o Fox Terrier, eso ya depende de la gracia de la peluquera y de si has pedido puntas, un moldeado suave o que te arreglen el corte un poco. Podría haber elegido dejarme como a Sharon Stone o hacerme un corte estilo Natalie Portman.. pero no, a la hijaputa le hacía más gracia darme un aire a Maruja Torres... La madre que la parió.

Tras varias experiencias desagradables, he descubierto que hay tres tipos de personalidades distintas con maneras diversas de llegar al mismo punto que no es otro que joderte la imagen.
Por un lado están las que, pese a estar en el 2011, siguen cortando el pelo como en el 70 y te dejan invariablemente antigua. Lleves el pelo que lleves al entrar y pidas lo que pidas, ellas han decidido mucho antes que te van a dejar antigua de cojones, con una medida de pardilla y a punto para entrar a rodar La tribu de los Brady. Cuanta maldad tienes en el cuerpo, Loli.
Luego están las que, en pro de un look desenfadado y natural, se empeñan en que salgas de la pelu como si te acabasen de pasar por encima dos tornados y un tifón, despeinada,  magullada y con el pelo dividido de tal manera que cada parte señala a un punto cardinal distinto. Así casual, que no parezca de peluquería... No claro, mejor parezca esquizofrenia, sí.
Y en el tercer grupo están las que juegan en el equipo rival de las anteriores, las de la fijación extrema cuya obsesión es que salgas de su salón de belleza (belleza...¡ja!) como una figurita de Lladró, con el pelo fijo fijado y laqueado. ¿Y con qué lo consiguen? Pues con un arsenal de laca, gomina, gel fijador, sérum, ceras y demás hostias que le dan a tu pelo limpio menos de media hora de vida. Cuanto me debes querer Flori, que me has hecho un casco de pelo natural por si me caigo por la calle.

Independientemente de la tendencia que tengan, todas las peluqueras comparten el mismo rasgo: el del reto. Tu melena es un desafío y pondrán siempre todo su empeño en dejarte el pelo como tu nunca podrás tenerlo porque tu genética es la que es. ¿Lo tienes liso como una tabla y sin volumen? Pues ella se picará y creerá que si no tienes rizos es porque aún no te habías topado con ella. ¿Y qué conlleva eso? Que se pase horas librando una batalla perdida entre tu pelo y sus herramientas que acabará indefectiblemente con el mismo final: la melena al carajo, dolor de cervicales y unas ganas irrefrenables de partirle la cara a ella y al resto de estilistas. Y yo me pregunto: si yo he asumido que mi pelo es así y ya está, ¿por qué cojones no puedes hacer tú lo mismo? ¿Por qué no adaptas el corte a mis características en lugar de pretender que mis genes muten? Pues no. Por eso por mucho que explico que tengo el pelo rizado y mucho volumen ellas se empeñan en dejarme una medida ridícula que hace que hoy, 24h después de pasar por la pelu, lleve un look Reina Sofía que dan ganas de hincarse de rodillas a llorar. Ah sí, el pelo crece... pues necesitaré 5 meses de encierro domiciliario para que recupere una largada digna y que la gente deje de hacer genuflexiones y tratarme de vos cuando me ve por la calle. Qué bochorno...
¿Dónde estará la piedra Rosetta que nos dé las claves para entender el idioma que manejan en este sector?

miércoles, 31 de agosto de 2011

Cuanta gente rara

¡Ay que nervios, madre mía! Empieza ya la temporada de fascículos y coleccionables y no sé yo si me va a dar tiempo a hacer sitio en casa para meter los Dedales del mundo, los Abanicos de diseñador, los Relojes de coleccionista (de oro y plata, sí), los DVD de El pájaro espino, las Monedas históricas, las Pipas de colección y demás mierdas que no pueden faltar nunca en cualquier bloque de anuncios de finales de agosto para adelante. ¿Cómo es posible que no se les sequen nunca las ideas a estos visionarios del mercado? Qué valor. Y qué recuerdos...

Hace años trabajé de teleoperadora en una plataforma donde, después de pasar por varias campañas de telefonía, de lentillas, pinturas, encuestas y otras perlas gloriosas, llegué a RBA, la joya de la plataforma y el departamento más marciano y descojonante en que podía uno acabar. Qué grandes tardes habíamos pasado ahí, ay si...
Mi trabajo consistía en atender llamadas de personas que querían suscribirse a algún coleccionable (cosa que ya implica un nivel de rareza personal considerable), dar información sobre las distintas colecciones que se ofertaban (que nunca vimos ni tuvimos físicamente en la oficina) y derivar llamadas de usuarios que querían efectuar algún cambio, queja o reclamación. El departamento de Reclamaciones se encontraba justo en el pasillo que quedaba delante mío y se encargaba de gestionar (aún no sé cómo) todas aquellas llamadas tan... singulares que yo, gracias a Dios, no podía resolver. Al entorno bizarro de por sí que era RBA y sus colecciones hay que sumarle el magnetismo insólito que tenía servidora (y que aún conservo) para atraer las llamadas de los seres más raros, perturbadores e inquietantes del mundo, y que me llevó a mantener conversaciones del tipo:

- RBA buenas tardes, le atiende Jackie, en qué puedo ayudarle.
- ¿Nena? ¿Nena es a mí? (había llamado ella, pero lo mismo atendía una multiconferencia y por eso no   tenía claro que éramos interlocutoras la una de la otra)
- Sí señora, dígame, en qué puedo ayudarla.
- Mira, a ver, que es que resulta que me he apuntado a la colección esta de las muñecas del mundo, ¿sabes? Estas de países que vienen con su trajecito y todo, sabes ¿no? Total, que me ha llegado la muñeca de este mes, que toca Rusia, y acabo de ver que la mía es calva por debajo del gorrito.
- Perdón, ¿cómo dice?
- ¿Ves? ¿¡A que es raro!? ¡Pues si nena, sí, calva, como lo oyes! No tiene nada de nada, pero solo debajo del gorro ¿eh? Que por el resto de la cabeza sí le sale, pero claro tengo que tenerla siempre con el gorro puesto porque si no ya me dirás tú lo fea que se va a ver, y claro, no me parece bien.
- Aha (ojiplática), de acuerdo, pues espere un momento que le paso con el departamento correspondiente  (cuyos miembros se van a orinar encima tal y como les acabe de contar su problema) a ver si la pueden ayudar.
- Ay si, a ver si me dan otra con pelo, oyes. Gracias nena.

Dos kleenex y unos cuantos lagrimones de risa más tarde algún compañero de reclamaciones atendía la llamada con paciencia infinita, mientras mi jefa me miraba entre asustada por lo irracional de mis diálogos y apenada por lo que me tocaba aguantar siempre a mí.
Esa colección de las muñecas de marras resultó ser un exitazo tal que tuvo incluso lista de espera para suscribirse pero, por lo visto, a parte de faltarles pelo, algunas muñecas venían sin bragas, cosa que causó más de una llamada de indignación y más de un descojone comunitario. De surrealismo íbamos bien, sí.

Además de coleccionables, RBA también editaba revistas de distintos tipos entre las que figuraba Playboy. Normalmente jamás se recibían llamadas preguntando por esa revista porque se comentaba que, por lo general, los clientes eran personas muy discretas que incluso se suscribían por internet para evitar el apuro. Apuro: término que no conocía el descerebrado que llamó (y que obviamente me tocó a mí) para decirnos que hiciéramos el favor de decirle al cartero que metiese bien para adentro la Playboy en el buzón porque siempre la dejaba medio fuera y un vecino, que él sabía quien era pero que no tenía pruebas, se la robaba cada mes y estaba hasta los mismísimos de pagar la revista para no disfrutarla. (breve silencio) (ojiplatismo) (…) (otro silencio). Bien, caballero... pues a ver déjeme ver un momento a ver si lo tengo por aquí... Aha, aquí está, mire, tome nota del nombre de la empleada de correos que reparte en su distrito y la llama usted mismo. ¿Tiene usted boli?¿Si? Bien, apunte su nombre, sí mire: Paca Garse. ¡Que está llamando usted a RBA, por amor de Dios! ¿Se cree que tenemos el poder de Greyskull y controlamos toda la ruta de reparto, carteros, telefonillos y buzones incluídos? ¿Acaso cree que tengo delante una pantalla de radar en la que me aparecen los carteros y carteras de España que llevan una Playboy en la bolsa lista para ser entregada? Soy teleoperadora, cebollo, no controladora aérea. Póngase un buzón más grande o use usted su imaginación para hacerse pajas, y ya verá cuánta pasta se ahorra entre suscripciones y llamadas al 902.

Para acabar de adornar este árbol de frikis, también recibíamos consultas-disparate: esas que nos hacían algunos usuarios que imaginaban que teníamos memorizada toda la información que salía en todos los fascículos y los números de todas las revistas que vendíamos y, por eso, llamaban para preguntarnos estupideces. El hit que recuerdo con más claridad, porque hizo que mi jefa tuviese que apretar las piernas para no mearse, fue el de la señora que llamó (¿y que tocó a quien? a mí) porque en una peluquería había encontrado un ejemplar de la revista Integral o Cuerpo y Mente (no estaba segura) donde leyó un artículo sobre el mejor día del ciclo lunar para cortarse las pestañas y que crecieran más fuertes, que a ver si se lo podía mirar para decirle yo (¡yo!) cuando le tocaba... Hubiese sido más práctico que, con el dinero que le iba a costar la llamada, se hubiese comprado un rotulador permanente y se hubiese pintado rayas en los párpados, sinceramente. Con el tiempo a veces me he preguntado: si le hubiese dicho ''¡¡es ahora, es ahora, córtese las pestañas,rápido!! ¿me habría hecho caso? Fue tal mi estupor ante lo estrafalario de la pregunta que no tuve suficientes reflejos para ver el filón que tenía delante... Otra más rápida y más hijaputa, se aprovecha y la deja pelona. Lástima.

Recuerdo que ese año también hubo una colección llamada ''Guerreros y caballeros'', coleccionada por nerds y re-frikis (con ese título, qué quieres...) que en el 90% de los casos llamaban para plantearnos una gran duda:

- RBA buenas tardes, le atiende Jackie, en qué puedo ayudarle.
- ¿Hola? Si mira, es que he visto que habéis sacado la colección esta nueva de Guerreros y Caballeros, ¿no?
- Sí, efectivamente.
- Vale, mira, te cuento, es que yo ya me hice la de Carros de Combate I, Carros de Combate II, Armaduras Históricas, Soldados de la I Guerra Mundial, Grandes Guerreros de la Historia y Batallas del mundo, y me gustaría hacerme esta también pero depende de cuántas piezas tenga no se si me cabe...
- Pues mire, tiene concretamente 47 piezas de momento, pero estoy segura que si tira usted un par de tabiques, quema el sofá y la cama y aprende a dormir de pie en alguna esquinita de su casa, podrá meter a los putos guerreros y caballeros que, a juzgar por su nivel de obsesión serán la única compañía que tendrá en su miserable vida porque ningún ser humano querrá vivir con usted nunca. Gracias por llamar a RBA y haga el favor de buscar ayuda. 

¿Dónde van algunos acumulando tanta mierda en casa? ¿Como no va a haber Síndrome de Diógenes con tanto afán por coleccionar mandúrrias que tiene la gente? Señores de Altaya, Salvat, Planeta de Agostini RBA y demás: ¿para cuándo la colección ''Fabrica tu propio contenedor'' o ''Cubos de basura útiles'' para que metas todos tus cacharritos y hagas sitio en casa? Se iban a forrar.

martes, 23 de agosto de 2011

Dime cómo hablas...

Tengo una costumbre que me entretiene horas y horas y que consiste en preguntarme cosas aparentemente absurdas. No lo puedo evitar. Aunque con la llegada de internet a los móviles mi calidad de vida ha mejorado mucho y puedo solucionar al momento un 60% de las dudas que me asaltan, San Google aún no tiene respuesta para todas ellas.
Me pregunto, por ejemplo, dudas como ¿en qué momento las balas de paja del campo pasaron a ser redondas en lugar de cuadradas? ¿Lo decidió un señor? ¿hay una moda al respecto? ¿es por qué son más fáciles de almacenar con esa forma? ¿alguien más se ha fijado? Y así como ésta sería una incógnita relativamente fácil de despejar, por más que lo intento no encuentro respuesta a mi duda de hoy: ¿en qué momento nos volvimos tan cabrones hablando?
Hoy me he parado a pensar en lo curioso del lenguaje y en que, sorpendente y lamentablemente, algunos adjetivos se han convertido en algo más que simples palabras para describir algo. Me preguntaba cuando se decidió que una palabra, un adjetivo, tuviese una connotación sexista, por ejemplo. Pongamos por caso la palabra ''golfo'' que a parte de ser un accidente geográfico se dice de alguien que es ''pillo o sinvergüenza'' (según la R.A.E, si, cada uno con sus obsesiones). En el caso masculino es un calificativo que, al decirse, contiene siempre un matiz que lo relaciona con algo travieso e incluso gracioso. ''Es más golfo... ay si...qué tío''. Pasadlo a femenino y verás tu qué gracia. En este instante es cuando yo me pregunto ¿en qué momento algún imbécil decidió que, al decirse en femenino, la persona designada como ''golfa'' saliera perdiendo tanto? ¿por qué una golfa no es también traviesa y pillina y se convierte automáticamente en sinónimo de ''prostituta''? Lo peor del caso es que esta connotación peyorativa en su versión femenina no es sólo cuestión de uso social del término, sino que, para más cojones, está aceptada así en la R.A.E. Según estos señores con butacas señaladas con letras (no deben ser muy listos si necesitan que les marquen la silla para encontrar su sitio en sus reuniones) golfo, en femenino, significa prostituta, pero en masculino no significa prostituto. ¿Por qué? Aparte de andar jodiendo al personal cambiando la ce hache por che y la y griega por ye, ¿piensan hacer algo respecto al sexismo? Es injusto, y me toca mucho el ciruelo que siempre se trate mal a la misma parte.
Mi cabreo sobre el lenguaje y su mal uso va in crescendo cuando pienso en otras injusticias que se cometen a diario, en este caso con el tono que se les pone a algunas palabras. Ahora me refiero a los adjetivos gordo y delgado, que van siempre teñidos de crueldad y compasión respectivamente. No se comenta con el mismo tono el engorde de una persona que el adelgace de la misma. El primer caso se plantea siempre con mala folla y desprecio o burla: ''¡haalaaaa, cómo se ha puesto... como un ceporro!'' ''¡Uuuuuhhh madre mía, qué de quilos que se ha echado encima...!'' o ''No veas el tonel, es más fácil saltarlo que rodearlo''. Lo contrario pasa con la delgadez, que se comenta siempre con el tono contrario, más próximo a la delicadeza y a la compasión: ''ay mira como se ha quedado de delgada, angelito'' o ''Uy, se ha quedado en los huesecicos, el pobre...''. Esto es así en un 90% de los casos. Se compadece al delgado cuando, por otro lado, se hace apología de las dietas, la delgadez y las tallas pequeñas a cada segundo y en cualquier medio; y se raja al gordo sin tener en cuenta que, si hacemos caso a esta manía por adelagazar, se les tendría que tener el mismo respeto y consideración. A no ser que la gordura sea extrema, como la obesidad mórbida por ejemplo, la compasión en la gordura nunca aflora porque si estás gordo es por dejadez y por guarro. Todas aquellas personas a quien se les desajusta la tiroides, que tienen una constitución concreta o, simplemente, aquellas personas a quienes les encanta comer y se permiten el capricho de hacerlo sin más, dejan automáticamente de tener derecho al buen trato. ¿En qué momento se decidió que estar gordo o engordar era sinónimo de ''a por él''? Si según los valores con que se nos machaca, si delgadez=éxito, ¿por qué no tratar con más tacto al grueso en lugar de lincharlo? Esto no está bien.
Me sulfuro y me preocupa lo peligroso de la cuestión, porque el lenguaje es un claro indicador del pensamiento y es el vehículo a través del cual se fija y se transmite, por lo que estas expresiones tan asumidas y tan corrientes son un reflejo nítido de lo mezquinos que nos hemos vuelto. Si hablamos y pensamos automáticamente con esta crueldad no es de extrañar que, a no ser que sea una aberración aprobada por todos como tal, no nos alarmemos como deberíamos con la cantidad de carga extra que añadimos al lenguaje porque, de tan sutil y de tan frecuente, ni la vemos. Esto pasa, por ejemplo, con los adjetivos tímido y creído, que no se usan solamente cuando el calificado lo es, sino que van en función del físico de la persona que ostenta el título. Si una persona guapa es tímida y habla poco, ¡ja! está perdida, porque automáticamente será una creída de mierda' a ojos de los demás. ¿Por qué? Porque no se puede ser tímido y guapo, porque si eres guapo y te apabullan un poco los desconocidos, eres un gilipollas creído y estúpido. En cambio, si una persona fea es tímida ¿qué? Pues eso, que es tímida y punto, pobreta, porque creída no puede ser. Y ya está, primera impresión no superada, comprobación omitida y juicio celebrado. Chimpúm.
Y dígame, Sr. Google ¿cuándo fue que nos volvimos tan crueles?

miércoles, 17 de agosto de 2011

La playa de la marmota

Estos últimos días he estado en un pueblito de la costa al que voy anualmente como ritual veraniego, haciendo lo que se conoce como Ni el huevo y que consiste en levantarse, bajar a la playa, comer en el chiringuito, volverse a la toalla, ducharse, irse de cañas y así hasta el día siguiente, en que se repite la misma operación. Placer absoluto.
Entiendo que haya gente a quien le parezca una condena, y no por el ritmo slow life, sino por la maratón de playa que incluye el plan. Que si la playa es aburrida, que calor pega por dios, que si a mi el sol me cansa, yo si no juego a algo me muero, que si que bochorno que hace en la toalla, que como podéis aguantar tantas horas, que si menudo aburrimiento estar ahí tumbado sin hacer nada, etc. Si, vale, es cierto, pero en la playa pasa una cosa que a mi me pirra: se detiene el tiempo.
Tu vas a la playa hoy, 17 de agosto de 2011, y puedes ver exactamente las mismas escenas que hace 25 años, a excepción de las avionetas que tiraban pelotas Nivea al agua y que debieron prohibir de tanta gente que debió ahogarse o matarse por pillar una. Salvo por este detalle, ir a la playa es como revivir el día de la marmota: misma gente, mismas costumbres, mismas conversaciones.
Empezando por esto último he descubierto que es molecularmente imposible innovar los temas de conversación a mantener, por lo que vaticino que seguiremos oyendo, década tras década, las mismas frases estilo ''como salpiques nos volvemos para casa'', ''estás tirando arena a la gente y me voy a enfadar'', ''deja de enterrar a tu hermana que la vas a matar'', o conversaciones del tipo : ''¿me puedo bañar ya? No, quédate aquí quieto en la toalla un rato, anda. ¿Cuánto rato? Pues hora y media bien bien. ¿¡Hora y mediaaaaa?¡ Joh mamaaaaaaaa'', o ''¿Cuándo os volvéis? Nosotros nos quedamos hasta el 20. Ah, no, nosotros volvemos ya el domingo, ay hija que rápido se acaba lo bueno, ay pues si, tú'' y un largo etcétera. Colega... ¿de verdad no hay nada más que decir o no hay otra manera? Pues por lo visto no, oiga.

Lo mismo pasa con las personas, que son siempre las mismas razas que se repiten. Cerca de la orilla se encuentran los cuerpos sandungueros, esos que te llevan a plantearte: ¿seré yo también portadora de ese retorcido gen que hizo que a ese/a señor/a se le pusiera el pecho palomo y dos minas de boli bic en vez de piernas? Porque vamos, mucho tendría que mutar yo para adoptar esa forma... pero coño, hay tantos que piensas: ¿será cosa de la evolución y este es el futuro de todos? Generalmente a estos cuerpos se les reconoce por ser de color marrón leño, tener un exceso de piel que los convierte en personas plisadas, ir ataviados con bañadores a los que podría hacerse la prueba del carbono14 y por llevar como complemento un gorro ridículo. Gorro de goma con flores en 3D para ellas, gorra tipo beisbol marca BitterKas o de alguna Cooperativa para ellos, gorro tipo pesca de trucha, arrugado, gris-beige-azul y hecho mierda como modelo unisex.
También siguen viniendo las familias que deciden mudarse a la playa, para lo que tienen que llevarse sus cuatro sombrillas, sus tres neveras, la corxoneta, los gritos, Jonahatan ventepaquíquetepongalacrema, el iglú del Decathlon (incorporación reciente) la radio, lah palah, tuperwares con comida de sentarse a la mesa, toallas para trescientos y algún carrito de niño. Y me pregunto: ¿por qué si llevan comida preparada y sabiendo de la existencia del papel albal, siguen preparando el bocadillo EN la playa y no ANTES de? Es decir: ¿por qué abrir ahí en la arena, con ese calor de Dios y las manos pegás, los paquetes de choped y de mortadela en lugar de hacerlo en una cocina, que es donde toca? Después de la tortilla de patatas, la de calabacines con cebolla, los boquerones en vinagre, el gazpacho frejquito, la carne rebozada y los pimientos, te daba mucho palo ponerte a hacer un bocadillito de nada, ¿no? Claro, mucho mejor llevarte todo el percal a la playa y que el Jonathan escoja si lo quiere de jamóndeyork o de Nocilla... porque, al loro, que generalmente pueden incluso elegir sabor. Que curiosa es la gente.

Habita la playa también esa típica pareja sesentona que apenas se habla, ella ajamonada y el amojamado, sentadicos en sus tumbonas, esas con respaldo altísimo y el culo pequeño que literalmente ''te tumban'' y una vez sentado no hay cojones de levantarse con dignidad. Estas parejas me hacen especial gracia porque podrían ser, perfectamente, espías encubiertos del KGB o alienígenas haciendo un estudio de campo sobre la raza humana. Tienen visión panorámica (porque están tan incorporados con esas tumbonas-trono que lo ven todo), apenas se hablan, nunca toman el sol porque siempre, indefectiblemente, llevan una sombrilla (que compraron en el 74 y que está nueva, total para lo poco que la sacamos), jamás se bañan y se van con la misma parsimonia y discreción silenciosa con la que han venido. ¿A que visto así mi teoría de los alienígenas no parece tan imbécil?
Por años que pasen, también podrán ustedes encontrar al niño decibelios, que en lugar de dos cuerdas vocales tiene una y gorda, el cabrón, y a quien se puede oír berrear de excitación desde el agua estés donde estés. Lo de los niños es curioso. Es curioso en general, pero en la playa hay una cosa que me confunde aún más: ¿por qué los mamones se pueden estar doscientas horas bañándose, gritando, tirándose a lo loco y salpicando sin problema, y cuando los llevan a la ducha montan esos pollos? Si en la orilla están tiritando igualmente, ¿qué extraño poder tiene el agua de la ducha, que no está mucho más fría que la del mar, para que les de ese rile irracional? Si es agua, atontao, el mismo elemento en el que llevas gritando como un cochinillo todo el día. Entiendo que no mola nada que te meneen la braga del bañador para quitarte los tres quintales de arena que llevas pegados al culo (que rabia daba, cierto) pero vamos, ese pánico súbito al agua limpia de la ducha a mi no me cuadra.

Una cosa que me deja atónita de verdad y que, por años que pasen, siempre se repite es la escena ''tápame con la toalla que me pongo el bañador aquí mismo en un momento''. Y esto lo hacen no sólo los que se quitan el húmedo, sino también los que se lo ponen al llegar. Vamos a ver: ¿de verdad que no puedes aguantar el bañador mojado 5 putos minutos más, que es justo lo que tardas o bien hasta el coche o bien hasta el lavabo? ¿es necesario que te lo quites aquí montando este circo y con esa toalla enrollada que te hará enseñar la hucha la pongas como la pongas? Y aunque te la aguanten: ¿que no ves que cuando echas el culo pa'trás para meter la pierna por la pernera de los gallumbos, la toalla cede y a la Manoli que la sostiene se le puede escapar? El supuesto dos tampoco se entiende: señor/a, ¿acaso no sabía usted que venía a la playa y por eso va con bragas debajo de ese pareo? ¿es que su familia le ha dado una sorpresa, llevándola engañada a pasar el día, y usted no ha sospechado nada de nada cuando veía que agarraban sombrillas y neveras o qué? Y si lo sabía: ¿qué más le dará llevar el bañador ya puesto desde su casa, si con todo lo que se han traído va a pasar usted en la arena lo menos seis horas buenas? Es que no me lo explico. Digo yo que les encanta este ratito de ''ai tápame bien Antonio que no me vean el culo'' y ya, sin la adrenalina del momento, bajarse a la playa no sería lo mismo. Lo mismo de siempre con los mismos de siempre.
Digo yo que será por eso que reponen cada año Verano Azul. Total, si lo vienes a mirar, no ha cambiado nada y sigue siendo actual.