martes, 18 de octubre de 2011

¡Torero!

El gimnasio al que voy no tiene un acceso directo e íntimo que comunique los vestuarios con la piscina, por lo que para ir del punto A al punto B tienes dos opciones: o bien usas el recorrido pensado para ello y que implica pasar por un breve lateral de la sala de fitness, o bien cruzas la sala entera y por el medio (dependiendo ya de las ganas de exhibicionismo que tenga cada uno). El pasillito lateral es el trayecto más corto y el camino que todos los usuarios eligen hacer, por práctico lógico y discreto. Todos menos ÉL.

ÉL, señor de edad comprendida entre los 56 y los 76 años (puede ser joven mal conservado o mayor con buena piel), gordo como un pavo relleno y con una barriga a punto de escupir muñecas Matrioskas de sí mismo, elige ir a la piscina haciendo un paseo torero por toda la sala de fitness. Orgulloso de su cuerpo ibérico y con con el mismo porte que el gallo Claudio, ÉL cree que ahorrarse el atajo y alargar su trayecto hasta la piscina es el mejor regalo que nos puede hacer, porque ÉL es así, generoso, y no se corta un pelo.
Claro que no.

ÉL, calvo en la parte superior de la cabeza y con pelo larguito en la parte inferior, opta por salir del vestuario con sus chancletas de belcro, (amantes de las reliquias, ¡a por él!) un diminuto bañador negro estilo farda-huevera y una pequeña toalla que, lejos de tapar un centímetro de su curiosa figura, decide llevar en la mano (!!!!!) Claro hombre, ¿por qué tapar ese cuerpo made in Botero pudiendo lucirlo como Paquirri por todo el ruedo?
Qué valor.

La mayoría de los usuarios del gimnasio que hacen el recorrido vestuario-piscina tienen más pudor y mejor cuerpo. ÉL no. Pero o no lo sabe, o le importa un carajete. Porque ÉL va a la piscina con la cabeza bien alta (por orgullo y porque el estómago vacuno le resta visibilidad) cuelga su toalla dinA4 en la barandilla y, satisfecho y ufano, se coloca el gorro del terror, acabando así con la poca dignidad que le queda. Lo del gorro es universal, seamos justos, y no hay ser humano que al ponerse uno se libre de parecer un figurante de Cocoon. Pero con ÉL, en particular, el gorro se ceba más que con el resto, porque la presión de la silicona le levanta esa melenita rala que le cae por detrás y se la deja a modo toldo sobre la nuca. Así que sumando este dato al plano general del señor, que lleva como único atuendo un bañadorcito Speedo que le tapa la chotera, la cosa se pone ya incómoda de mirar.

Se podría pensar que, si va así vestido, es porque es un profesional del crol, la braza o el estilo mariposa... ¡Pues no! Porque él no va a la piscina de nadar, no hombre, él va a la de flotar y a la de ponerse bajo los chorros, no se vaya a escoñar y pierda un milímetro de grasa corporal, vaya a ser que pase frío luego cuando venga el invierno...
Así que después de garbancear un rato y sin hacer nada más que mirar a los que hacemos ejercicio, considera que ya ha tenido bastante agua y sale de la piscina, con un andar más raro que antes si cabe, dando pasitos cortos y medio de puntillas, a lo gato Silvestre.
Y como a él le trae al pairo lo que vemos el resto del mundo desde fuera, vuelve a hacer el recorrido de vuelta del punto B al punto A por el medio de sala de fitness, paseo torero volumen II, siiiiii señor: luciendo cuerpo flamenco, con el gorro toldero aún puesto y secándose la barbilla con su toallita XS, que es lo único que esos escasos 20cm de tela pueden hacer por él.

Y yo pedaleo para olvidar.

lunes, 10 de octubre de 2011

La mala educación

Continuamente oigo frases y expresiones vacías que me sacan de mis casillas por absurdas, manidas, ñoñas y sin significado. Me refiero a fórmulas como, por ejemplo, la de los ''dos tipos'': ''hay dos clases de persona , los que pasan la vida soñando y los que dan vida a sus sueños'' o ''hay dos tipos de persona, los que dejan huella en la vida y los que no''. ¿Soy yo, o aquí huele a boñiga de Power Point? Ecs!
Sin embargo, y al margen de lo irritante del tema, me he dado cuenta que para muchas cosas sí hay dos tipos de persona, y acostumbran a ser siempre grupos opuestos y excluyentes. Por ejemplo, están los que se despiertan con un hambre atroz y aquellos a quienes ''no les entra nada en el estómago''; o en el ámbito económico, hay quienes pagan con naturalidad y elegancia cuando traen la cuenta, y hay a quien siempre se le atasca la pasta en el bolsillo o el billetero en el bolso. También existen dos categorías en cuanto a vida social se refiere: en un lado están aquellos que cuando tienen pareja desarrollan un transtorno obsesivo y pierden el mundo (y su entorno) de vista, y en el lado opuesto están aquellos que son capaces de mantener novio/a y amigos al mismo tiempo.
Pensando en esto de los dos tipos y a raíz de una ''cita'' que tuve la semana pasada, me he dado cuenta que también hay dos categorías en cuanto a conversación se refiere. En un lado, estamos aquellas personas que nos interesamos por el otro, tenemos conversación y manejamos el acto social en sí (en este caso, tomar algo) con buena energía y predisposición. Y en el otro lado, diametralmente opuesto y profundamente enervante, están aquellos que se apalancan en la habilidad de los anteriores, que no le ponen ni intención ni gracia, y que cargan al otro con todo el peso de la conversación. Y eso, a mí particularmente, me toca mucho el carrillón.
A mi modo de ver, la mala educación es algo que va mucho más allá de gestos como comer con la boca abierta, insultar a alguien groseramente o tirarse un pedo en la mesa, porque todos estos actos desafortunados, de tan flagrantes, son fácilmente identificables. ¿Pero qué pasa con esos otros detalles que están presentes a diario y en los que nadie repara? Pues ya les contesto yo: pasa que no se delatan, que se van perpetuando, que se van aguantando sin más y que se disculpan tras palabras como timidez o sosura cuando, en realidad, es pura mala educación.

''Bueno, ¿ y qué? No se.. cuéntame algo''. Esta es la variante más descarada de este tipo de mala educación, integrado por aquellas personas que tienen los santos cojones de decirte abiertamente ''entretenme''. Ante semejante muestra de descaro y desfachatez, a mi sólo se me ocurre una respuesta posible: contar y relatar, con todo lujo de detalles, la salida triunfal que va a acontecer tras esas palabras: ''pues mira, con la mano derecha agarro mi bolso, que yacía imperturbable en el respaldo de esta silla, que ya no aguantará más el peso de mi culo, que será lo último que veas de mi persona tal y como cruce la puerta, que es lo que me dispongo a hacer ahora mismo vista tu desfachatez y estos huevazos que tienes de no sacar, ni por decoro, un tema de conversación. Yo añadiría un buen guantazo al final pero, como probablemente más de uno pediría una explicación tras el ostión, me ahorraré el gesto sólo por no darle el gusto de mi conversación. Anda, rima y todo.

''------------------- ''(silencio y mirada al vacío) es una actitud también muy socorrida y empleada, principalmente, por aquellos que piensan lo mismo que el grupo anterior pero no tienen pelotas para pedirte el espectáculo a la cara. A mí, personalmente, me caen peor porque además de ser la peor compañía y unos auténticos maleducados vienen con el bonus extra de ser cobardes, cosa que les hace tremendamente detestables. A los de esta calaña se les distingue por estar sentados ante un compañero solidario que va sacando temas de conversación de debajo de las piedras hasta la extenuación, mientras ellos se limitan a mirar a ese pobre como las vacas miran el tren, sin expresión ni intención de colaborar. Y lo peor de todo es que no sólo no aportan nada al encuentro, sino que ni siquiera se molestan en darle cancha a los temas del otro, por lo que la ''conversación'' muere cada pocos segundos. Ahora que tengo claramente identificado que esto es mala educación y que ya no lo confundo con timideces ni me siento responsable de arreglarlo por cortesía, he decidido dejar de aguantar losas y hacer lo que debería haber hecho hace tiempo: levantarme parsiomonosamente con el mismo silencio impertinente que usa el otro y largarme, lenta muda y afectada, a lo Bette Davis.

''Oh, es que no se me ocurre nada que decir''  es uno de los argumentos que estos invitados de piedra (que consideran que respirar cerca tuyo es sinónimo de hacerte compañía) esgrimen para defender su falta de consideración. Como no es bonito criticar sin ofrecer soluciones, a esta gente les propongo que, si no se les ocurre nada, en lugar de quedar con personas queden con sus amigos los mapaches (con quienes comparten el mismo nivel de diálogo). Si tienes una limitación cerebral tan pronunciada que te hace incapaz de conversar con normalidad con una persona, opta por quedar con animales que, con un azucarillo que les des, te garantizan su compañía durante un rato largo.

¿Qué ha sido de las mal llamadas ''conversaciones de ascensor'' de las que tanto se ha reído todo el mundo pero que tantos minutos del entresuelo al séptimo han salvado? ¿De verdad que ni siquiera se les ocurre decir algo así como ''hay que ver como ha cambiado el tiempo''? Pues se ve que no, y es porque no tienen ningún tipo de interés en ser considerado con el otro, por lo que me pregunto ¿para qué me mato yo entonces en serlo con estos ceporros?
Dado que, hasta la fecha, el método de la cortesía y de la educación no me ha dado buenos resultados he decidido emprender una cruzada contra la mala educación, y para ello voy a emplear una táctica la mar de sencilla de origen francés que se lleva a cabo con un único gesto: largarse sin más. Au revoir!