El gimnasio al que voy no tiene un acceso directo e íntimo que comunique los vestuarios con la piscina, por lo que para ir del punto A al punto B tienes dos opciones: o bien usas el recorrido pensado para ello y que implica pasar por un breve lateral de la sala de fitness, o bien cruzas la sala entera y por el medio (dependiendo ya de las ganas de exhibicionismo que tenga cada uno). El pasillito lateral es el trayecto más corto y el camino que todos los usuarios eligen hacer, por práctico lógico y discreto. Todos menos ÉL.
ÉL, señor de edad comprendida entre los 56 y los 76 años (puede ser joven mal conservado o mayor con buena piel), gordo como un pavo relleno y con una barriga a punto de escupir muñecas Matrioskas de sí mismo, elige ir a la piscina haciendo un paseo torero por toda la sala de fitness. Orgulloso de su cuerpo ibérico y con con el mismo porte que el gallo Claudio, ÉL cree que ahorrarse el atajo y alargar su trayecto hasta la piscina es el mejor regalo que nos puede hacer, porque ÉL es así, generoso, y no se corta un pelo.
Claro que no.
ÉL, calvo en la parte superior de la cabeza y con pelo larguito en la parte inferior, opta por salir del vestuario con sus chancletas de belcro, (amantes de las reliquias, ¡a por él!) un diminuto bañador negro estilo farda-huevera y una pequeña toalla que, lejos de tapar un centímetro de su curiosa figura, decide llevar en la mano (!!!!!) Claro hombre, ¿por qué tapar ese cuerpo made in Botero pudiendo lucirlo como Paquirri por todo el ruedo?
Qué valor.
La mayoría de los usuarios del gimnasio que hacen el recorrido vestuario-piscina tienen más pudor y mejor cuerpo. ÉL no. Pero o no lo sabe, o le importa un carajete. Porque ÉL va a la piscina con la cabeza bien alta (por orgullo y porque el estómago vacuno le resta visibilidad) cuelga su toalla dinA4 en la barandilla y, satisfecho y ufano, se coloca el gorro del terror, acabando así con la poca dignidad que le queda. Lo del gorro es universal, seamos justos, y no hay ser humano que al ponerse uno se libre de parecer un figurante de Cocoon. Pero con ÉL, en particular, el gorro se ceba más que con el resto, porque la presión de la silicona le levanta esa melenita rala que le cae por detrás y se la deja a modo toldo sobre la nuca. Así que sumando este dato al plano general del señor, que lleva como único atuendo un bañadorcito Speedo que le tapa la chotera, la cosa se pone ya incómoda de mirar.
Se podría pensar que, si va así vestido, es porque es un profesional del crol, la braza o el estilo mariposa... ¡Pues no! Porque él no va a la piscina de nadar, no hombre, él va a la de flotar y a la de ponerse bajo los chorros, no se vaya a escoñar y pierda un milímetro de grasa corporal, vaya a ser que pase frío luego cuando venga el invierno...
Así que después de garbancear un rato y sin hacer nada más que mirar a los que hacemos ejercicio, considera que ya ha tenido bastante agua y sale de la piscina, con un andar más raro que antes si cabe, dando pasitos cortos y medio de puntillas, a lo gato Silvestre.
Y como a él le trae al pairo lo que vemos el resto del mundo desde fuera, vuelve a hacer el recorrido de vuelta del punto B al punto A por el medio de sala de fitness, paseo torero volumen II, siiiiii señor: luciendo cuerpo flamenco, con el gorro toldero aún puesto y secándose la barbilla con su toallita XS, que es lo único que esos escasos 20cm de tela pueden hacer por él.
Y yo pedaleo para olvidar.