lunes, 27 de febrero de 2012

¿Aprender de los errores?

 Y al octavo día, la ira de Dios (que venía de estarse siete días incubando) se abalanzó sobre mi portátil, recayendo sobre él  la maldición del virus más destructor que había sobre la capa terrestre (tipo ébola, lo menos) dejando todo el disco duro tan revenío como el tranchete seco de un bocata hecho la noche anterior. Y ese mismo octavo día, por la tarde, servidora se fue de urgencias con su ordenador en brazos (literalmente) a un hospital de guardia especializado en portátiles, a aguantar los chascarrillos de un informático que no acaba de entender que, después de la ira de Dios, cualquier comentario o gracieta que se haga sobre el tema puede generar odio súbito hacia su persona.
- Yo: (dejando el portátil sobre el mostrador) Hola, buenas tardes.
- Informático: Hola ¿qué me traes?
- Yo: [Respuesta que daría en un universo para lelos: ¿Qué te traigo? Este cuenco con anchoas, incienso y mirra, ¿qué te parece?] Pues mira, el portátil, que se ha quedado bloqueado.
- Informático: ¿Qué le ha pasado?
- Yo: Pues que me estaba descargando cosas y de repente se ha quedado la pantalla bloqueada, cientos de ventanas de error y fundido a negro.
- Informático: (sonrisita complaciente y cara de travieso gilipuás) Te estabas bajando música de internet, ¿eh?
- Yo: [En el mismo universo para lelos de antes: Sí, ¿a que nunca antes habías conocido a alguien que lo hiciera? ¡Ven pacá dos besos, hombre, que este honor no lo tiene uno todos los días!] Pues mira, sí, me estaba bajando música...(activando mi cara de "uy si, que gracioso, ñeñeñe..")
- Informático: je je, Sí, claro, todo el mundo lo hace ¿eh? Bueno, pues a ver, por lo que me cuentas, debe ser un virus. (Sonrisa complaciente II) ¿Tienes copias de seguridad?
- Yo: [Saco con parsimonia un salmón gigante de mi bolso y le doy con él un hostión sublime] Ehm, no, obviamente no. Si las tuviera no vendría con la cara desencajada ¿Alguien te contesta “sí” a esa pregunta?
- Informático: No, no, la verdad es que no, lo de las copias de seguridad lo hacen pocos jeje . Bueno, mira, a partir de ahora seguro que haces… de los errores se aprende, ¿no? (sonrisa complaciente III)
- Yo: Y de que te den ostias como panes también, si… [Saco de nuevo mi salmón y vuelo a zumbarle para dar sentido y ejemplificar con mi frase]
- Informático: Si no puedo salvarlo todo, ¿quieres que salve algo en particular?
- Yo: [Si, las mujeres, los niños y sobretodo, por encima de todo, no te olvides de salvar la calculadora de Windows… Notejode] Pues hombre, sí, lo típico, mis documentos y mis imágenes… clarostá.

El final de mi entrada en urgencias estaba más que cantado desde el momento en que puse el pie allí: a la mierda el disco duro y a la mierda el plazo de 48h  que aseguraron tardar en devolverme a mi retoño, porque un virus rarísimo y devastador, que por lo visto no es frecuente, se lo ha comido todo, absolutamente todo, dejando en pie sólo el botón de inicio y los putos tulipanes del escritorio. Ah bueno, y alguna que otra cosa que han podido recuperar, eso también. De todo lo que yo tenía (que era mucho, como todo el mundo, mucho y dramáticamente importante) han podido salvar algunos archivos. Y aquí, aquí justamente y no en otro punto, está la gracia. ¿Qué se ha podido salvar? Pues, como no podía ser de otra manera, los cuatro ñordarchivos que ni recordaba que tenía y las cuatro mierdercosas que se me olvidó un día borrar. ¿Fotos cojonudas que nunca más recuperaré, de viajes y en las que salgo estupenda? No, eso no. ¿Documentos como mi blog, mis currículums, aquel proyecto que conservaba con amor o aquellos guiones que tenía pendientes de terminar? ¡No hombre no! Mejor joderte conservando un power point chorras con estrellitas que se mueven y gatos metidos en cestitas que recuperar documentos que sí necesito. Se entiende que el virus aparte del plato una foto monstruosa de algún bautizo de familia lejana y hortera que me mandaron en algún e-mail o el típico archivo de texto con apuntes de los años mozos de universidad que guardaba por olvido más que por recuerdo. De ser virus yo tampoco me lo comía, está claro, pero eso no quita que me salga espuma por la boca del cabreo titánico que llevo con el sibarita de los cojones.
Lo curioso de esta tragedia griega en que me he visto sumida esta última semana es darse cuenta de que no nado sola en el mar de la irresponsabilidad, porque nadie (repito, nadie de mi entorno) hace sus deberes con las jodidas copias de seguridad. Y lo sé porque he hecho un sondeo rápido (con una muestra pequeña, vale, pero fiable) para comprobar cómo de imbécil soy y cuántos somos en el equipo. A la pregunta “¿tu tienes copias de seguridad de tu ordenador?” he encontrado múltiples respuestas que pueden organizarse en tres grandes grupos: a- Aquellos que responden “Nah” con el mismo pasotismo que una vaca chula porque, no sólo no hacen copias, sino que se pasan el asunto por las ingles; b- Los que dicen no hacer copias pero confiesan tener un disco duro externo en el que cada diez años van volcando información, porque les pasó algo parecido y aprendieron a tener un disco externo (que no a usarlo) ; c- Aquellos que responden con miedo "hostia, no..." y a quienes mi pregunta acojona e inquieta a nivel de sudor frío y corriente por el espinazo pensando “eres el siguiente”, porque en su momento ya fueron víctimas de un ébola como el mío y  acaban de recordar que siguen sin hacer las copias que salvarán el mundo.
Visto como las gastamos en general, puedo concluir que no soy la única párdel que va por la vida en /mode salvaje, que somos todos unos inconscientes a quienes nos gusta vivir al límite (al menos mi entorno) y que no aprendemos chicos, ¡no aprendemos! ¿Y por qué? Porque hay tareas que, sinceramente, son pesadas de cojones y no se corresponden con la edad avanzada en tecnología en la que supuestamente vivimos. Los homínidos ya no somos una especie que lleve bien eso de anticiparse y prevenir tomando como ejemplo errores que hayan cometido otros, porque estamos tan evolucionados y somos tan listos que necesitamos experimentar  y equivocarnos por nosotros mismos. Como buenos gilipollas. Es por eso que aún se oyen casos como el de aquel que volvió de la playa con la piel del mismo tono y textura que un costillar del Foster’s Hollywood por no hacer caso a su madre y echarse crema, o como aquella otra que lo acabó dejando con su novio después de demostrarse, una vez más, que el susodicho era un cabrito y seveíavenirdelejos porque había hecho lo mismo con doce novias anteriores.
Si en casos así uno no aprende ¿cómo pretenden que lo hagamos con asuntos en los que la prevención da tantísima pereza? ¿Quién hace copias de seguridad, a ver? Naaaaaaaadie, porque el proceso en sí da tantísimo palo que hace que uno se acuerde siempre del "ay, a ver si hago copias" en el momento exacto en el que pulsa "Apagar" cuando el ordenador pregunta  ''¿Está seguro que desea apagar el equipo?". De ser menos aburrido esto de las copias, lo recordaríamos. Y de ser un procedimiento automático (que se hace solo, vaya), ya no te cuento.  ¿Quién se lee entero lo que pone antes del “Sí, he leído y acepto los términos y condiciones…”? ¡Nadie hombre, nadie! Lo ponen así de largo y con tantas cláusulas precisamente para eso, para que le des el sí a ciegas. ¿Cuánta son los que han perdido los contactos del móvil y han empezado a pasar los números a una agenda escrita? Pues pocos, también, muy pocos. ¿Por qué? Porque no han inventado aún una buena solución que no implique pegarse un curro de taller chino. Con lo cual y tras lo expuesto, concluyo mi reflexión echando la culpa, una vez más, a los de I+D. De aplicarse un poco y proporcionar al mundo soluciones que no den semejante flojera como las que hay a día de hoy, no seríamos tantos los gilipollas que nos encontramos, de repente, suplicando por Mis documentos o enviando mails a todos los contactos con el asunto ''he perdido el móvil y todos vuestros números".

jueves, 2 de febrero de 2012

El efecto sorpresa

(en el bar)
-¡Coño qué frío, tú! Está nevando en un montón de sitios ¿eh?
-Eso dicen por la tele. La ola siberiana esta, no veas…
- Mi cuñado, que vive en Caldos de Brea me ha enviado esta mañana una foto  y estaba todo blanco!
- Qué cosas, tu..

(en el gimnasio)
- (…) me ha dicho mi madre que por ahí también nevaba. Y dicen que va a seguir.
- Yo cuando me he levantado nevaba. Luego ya ha parado, pero sí que dicen que ahora paraba pero que esta noche más.
- Siiiii ¡¡yo también!! Me he levantado y ¡¡caían copos!! No cuajaban ¿eh? Pero sí, tu, me he quedado…

(en el súper. Concretamente en la carnicería)
- (a grito limpio y con tono enfermera de geriátrico) ¡¡Carai Sra. Carmen, la veo abrigada hoy ¿eh?!!
- Hombre hijo, ¿tú sabes qué frío hace?  De verdad que sí¿eh? Es que no se puede estar en la calle que te quedas como un pajarico.
- Yo me he tenido que poner esta chaqueta gorda, porque hoy ni yo lo aguanto.
-Terrible. De verdad que sí. Yo no sé… esto no es normal. Como siga así…

Todas estas conversaciones tienen dos cosas en común: unas estructuras gramaticales que dan pena y, para mi pasmo, algo peor: el aire de sorpresa. En serio, ¿qué carajo tiene de sorprendente que pegue frío en invierno? Pues ya te lo digo yo: entre nada y menos aún. Hombre, si me dices que vamos abrigados hasta la inmovilización y con pinta de peluches esquiadores en pleno julio, te digo vale, coño, sorpréndete entonces. ¿Pero en febrero? ¿Qué te esperabas, alma cándida? Que sí, que por aquí no acostumbra a nevar nunca, pero a ver… ¿Es la primera vez en tu vida que te das de frente con el concepto nieve? ¿Es la primerísima vez que, en toda tu existencia, sientes que hace frío y de ahí tu perplejidad? No te digo nada cuando nos invada algún ser superior de Ganímedes o de Zhyron… ¿cómo te vas  quedar? Y a ver qué cara de asombro le pones, porque la de “¡oh sorpresa!” ya la has gastado hoy fascinado con el frío.
Dándole vueltas a la chorrada esta de la nieve inesperada (anunciada ya hace una semana larga ¿eh? pero  para la mayoría sorprendente igual) he recordado varios momentos en que, valga la redundancia, me sorprende la sorpresa que generan algunas cosas que se dan, invariablemente, cada maldito año (o casi). A saber:

El calor. Ese día de julio-agosto que pega tal calicha que no sabes si quemarte vivo, a ver si las llamas te traen un poquito de brisa al moverse. Ese día (típico) de verano también es una sorpresa, porque no das crédito a tanto calor, te parece insólito y necesitas comentarlo. Además, generalmente, en la tele se lanza el dato que te va a dar la razón, algo así como “hoy el día más caluroso de lo que llevamos de año’’ y que te concederá la coartada perfecta para activar el /mode sorpresa : ¿Lo ves Antonio? Si es que este calor no es normal, ¡¡si lo dicen hasta por la tele!! . En realidad han dicho “de lo que llevamos de año”, no de lo que lleva el planeta Tierra en órbita, cebollo, pero da igual, porque la excepcionalidad, para la mayoría, no es algo que necesite ser contrastado. Que fuera hoy, 2 de febrero, un día de esos en que se te funde hasta el alma y levantarte a por algo se salda con un balance de dos litros de tus propios fluidos invertidos en ello, te digo, vale, notición, sorpresa y alerta naranja, si quieres. ¿Pero en julio? ¿Qué esperabas? Entiendo que tampoco ayudan nada los datos de adorno que acostumbran a ponerle a estos temas, tipo “han dicho en el tiempo que no hacía una ola de calor así desde el 68” (aplíquese este mismo ejemplo para el caso anterior sustituyendo “ola de calor’’ por “temporal de frío”), por eso la cosa siempre parece más y nueva. Pero, si se fija uno, esto de las comparaciones con años anteriores se viene haciendo desde siempre, con la diferencia de que cada año cambia el número. Si este año “no hacía un tiempo así desde el 68”, el que viene será  “desde el 74”. No se me ocurre información menos útil y menos relevante que ésta. Porque vamos a ver, ¿qué significa eso, exactamente? ¿Que estoy sudando hoy lo mismo que alguien que estuvo en Barcelona ese año que se parece tanto a este calurosamente hablando? ¿Qué una ola de calor así no se daba desde el 74 pero, si a este verano le da por tener cinco días mas de temperaturas grado vulcano, se podrá comparar entonces con la ola que se dio en el 81? No me sirve de nada esta mirada histórica, sinceramente y, por encontrarle un uso, sólo confirma mi estupor: si esto ya ha pasado antes ¡de qué tanta sorpresa!

Las señoras afincadas en la puerta de El Corte Inglés el primer día de rebajas. Qué fenómeno tan extraordinario, sí. Desde el año 45 que existen estos almacenes ¿no? Ponle que las señoras cortas de entendederas empezaron a amotinarse en la puerta para ser las primeras de las rebajas en el año 50, por decir algo. Qué llevamos, ¿sesenta y dos años con la movida esta de las carreras de momias? ¡Pues aún son noticia! Aún se trata el asunto como si fuese relevante y algo que nadie espera encontrar. Si hicieran algo por actualizarse y, qué sé yo, fueran todas rapadas al cero y con bates de beisbol, por ejemplo, te diría: hombre, eso SÍ sería una sorpresa. Eso sí sería innovar, innovar y acojonar a los seguratas, eso también. Desde luego, ese plano general de hordas de señoras calvas y armadas con palos de madera entrando al Cortinglés a por bragas baratas sería impagable. Una noticia como Dios manda, me vais a decir que no…

El candidato del partido Tal que “madruga para ir a votar(se)” cada vez que hay elecciones. Desde que tengo uso de razón y memoria (cosa que no va, ni muchos menos, a la par) han venido emitiendo esta mierdernoticia en todos los telediarios cada santísimo día que ha habido elecciones, generales, provinciales, da igual. “El candidato por el partido Tal ,Jose Miguel Tal ,y su esposa han madrugado esta mañana para acercarse al colegio electoral de Nuestra Señora de la Inmaculada Trinidad y ejercer así su derecho a voto”.  “El candidato Tal del partido Tal ha sido de los más madrugadores esta jornada electoral, bla bla”. ¿Dónde está la sorpresa, a ver, en que madrugue o en que vaya a votarse? Porque si es por madrugar, no lo veo: poco interés le pondría a su propio negocio si bajase a votar como lo hacemos el resto, por la tarde, desgreñado y con el pijama debajo de los pantalones. ¿Lo extraordinario qué es, entonces, que vaya a votarse? Pues te digo lo mismo: poco interés iba a demostrar si ni él mismo participase en su propio juego. Nos ha jodido… Que ese señor saliera de su casa cualquier tarde y se fuese a ese colegio, sin avisar, rodeado de seguratas y anunciando que va a votar a su rival, SI sería sorpresa. Que fuera en pelotas, ataviado únicamente con unas babuchas y tocando un órganoflauta Casio también sería sorpresa. Y raro. Y un delito, igual también. Pero el día de sus propias elecciones, que se ve venir hace semanas, que se levante prontito para ir con su señora a votarse a sí mismo, sinceramente, ni es asombroso ni entiendo tanta manía de repetirlo como si fuese algo sorprendente.
Y luego se cachondean de los niños que pueden estar horas jugando a aquello del (esconderte tras tus propias manos) –¡Taaaat!- (esconderte tras tus propias manos) -¡Taaat! (y así hasta el infinito) y sorprenderse igual la primera vez que la número noventa y siete. Pues anda que se evoluciona mucho más, luego...