martes, 12 de junio de 2012

De cuando un mensaje era solo eso, un mensaje


Cualquiera que me conozca un poco sabe que, en la lista "Actividades que practico asiduamente con mis amigos", la ingesta de cerveza al tiempo que se habla de la vida y se debate sobre el género humano ocupa una posición privilegiada en el ranking. Hace unos días en una de estas tandas de cañas, escuchando a dos amigos que me contaban las novedades respecto a sus recientes incorporaciones en materia sentimental, me di cuenta, de repente, del giro alarmante que han tomado este tipo de conversaciones en los últimos años. Ahora ya no basta con el amor, la pasión, el gustamiento, los nervios y todo lo que se deriva de tener una historia sentimental. Ahora, a todo eso, hay que sumarle la geolocalización.

"El otro día me llama, y me dice que si quedamos y vamos el sábado a la playa. Bueno, antes de esto me envía un mensaje el miércoles para contarme que tenía mucho trabajo y que, si queríamos, nos veíamos por la noche. Yo le dije que vale, aunque me iba un poco mal pero como hacía un par de días me había enviado ese mensaje tan raro y luego no me cogía el móvil pues pensé, venga, vale. Bueno no, espera. Tú lo último que sabes es lo del mensaje del domingo, ¿no? Vale pues el lunes siguiente no me dijo nada en todo el día. Entonces me conecté al Facebook y vi que se había conectado también. Le envié un Whatsapp y no me dijo nada, y yo flipando, claro, porque había visto el mensaje seguro, que me salían dos checks del Whatsapp. Le envié un mail por si acaso, porque a veces el móvil le falla, blablabla…". 

Mientras seguía el hilo de la conversación me puse a calcular, a grosso modo y casi sin querer, cuántas veces salía la palabra ‘’mensaje’’ y ‘’móvil’’ durante el relato. Pese a la cantidad de datos, fechas y otras referencias con las que me bombardeaba, no me resultaba difícil seguir la cuenta, dada la imposibilidad de pronunciar estas palabras en una oración sin gesticular absurdamente. Así, en los momentos en que el contenido de la conversación me abducía, el movimiento sutil de deditos tecleando al aire me hacían volver a mi recuento en paralelo."Le envié un mensaje" tiqui tiqui tiqui así, con los dos pulgares, o “todo esto que te cuento fue por mail” tiqui tiqui tiqui tecleando la nada, como memos. El número de veces en las que mi colega hizo referencia al móvil, al Whatsapp y otros elementos virtuales fue escandaloso, como también lo es esta incapacidad que hemos desarrollado con los años de explicar algo sin recurrir al inventario epistolar. El orden de los mensajes, por lo visto, ahora sí altera el producto, y un chorrimensaje del miércoles es VITAL para entender por qué estamos como estamos a día de hoy, por lo que se hace imprescindible saltar en el discurso de un día al otro, de un sms a otro para explicar cualquier acontecimiento. ¿Hemos perdido la capacidad de hablar en general, de lo que se siente y de lo que ha pasado sin más, sin necesidad de entrar en tanto detalle de días, horas, noches minutos, mensajes, mails y lo que surja? Absolutamente. 

Lo que más me inquieta es que en un tema tan visceral y emocional como es estar enamorado/enrollado/encantado o lo que sea, el móvil se haya convertido en el termostato de todo el proceso. De un tiempo a esta parte, la atención de una persona se mide por el número de mensajes que te envía a lo largo del día, siendo "muchos" algo positivo (“estamos todo el día mandándonos mensajes, y diciéndonos tonterías con el Whatssap”, “ayer me mandó cincuenta y cuatro mensajitos”) y “pocos” una señal de mal augurio (“ya casi no me manda mensajes ni nada”, “hace dos días que no me envía el mensaje de por la mañana, cuando antes siempre lo hacía” o “mira, el último es de hace cuatro días"). Y así.
La ansiedad que te provoca una relación se mide según el número de minutos que pasan entre que tú envías un sms y el otro contesta: "mira, le envié un mensaje ayer a las 21h y hasta este mediodía no me ha contestado. No es normal ¡seguro que le pasa algo o ya se está agobiando!". De la misma manera, y según el contador universal Nokia, el nivel de querimiento depende de la misma variable, por lo que si tarda poco en contestar, significa que la otra persona está por ti. En caso contrario, es un síntoma inequívoco de que “la cosa se está enfriando” y que “ya está, ya empieza a hacer rarezas”.

Lejos de mejorar las cosas, la llegada del Whatsapp ha supuesto el fin del equilibrio mental para muchas personas. Poder saber si el otro ha recibido y/o leído el mensaje es algo directamente proporcional al grado de locura que puede uno alcanzar. Y si además puedes ver cuándo fue la última vez que miró el programa del demonio, que empiece ya el festival del Tranquimazín porque:
-  Si lo ha recibido- leído, no contesta y encima hace pocos minutos de la última vez que se conectó, un 80% de la población entra en /mode Glenn Close en Atracción Fatal: desequilibrio total.
-  Si lo ha leído pero ha tardado mucho en contestar, hablamos de nivel de ansiedad tipo voy en reserva y no veo gasolineras, porque te hueles que está pasando de ti y que hemos entrado en barrena. Nada bueno puede ocurrir después de esto.
-  Si lo ha recibido, lo ha leído y te contesta enviándote la mierda sonriente, la berenjena o la flamenca, generalmente la desorientación vence al agobio, por lo que te quedas inquieto y decepcionado por lo poco elaborado de su mensaje pero con los nervios un poco más templados. Es flor de un día.
-  En caso de contestar con "normalidad" y "rapidez", además relajar al otro estará marcando un precedente y, si algún día se sale de esa agilidad, pasará a darse cualquiera de los supuestos anteriores.

De locura estamos todos bien, gracias.

Facebook es otra herramienta diabólica ideal para provocar un cuadro clínico de enajenación. “Ha puesto un “me gusta” en el muro de tal y se ha hecho amigo/a de no sé quién”, “sé que  se ha conectado porque ha puesto no se qué en su estado pero a mí no me ha contestado el mail, que se piensa ¿qué soy imbécil”, “siempre que entro a Facebook y está, al minuto se desconecta del chat”, “voy a poner que estoy aquí con tal y tomando cuál para que vea que me divierto y le joda”, subir dos mil fotos de fiesta con desconocidos, envolver tus actualizaciones de estado con un halo de misterio de parvulario para provocar preguntas… y otras formas de volverse un perturbado, perder el tiempo tratando de saber el dónde y el cuándo de todo y querer provocar una reacción en el otro que tú mismo no eres capaz de resolver de una manera más sencilla: hablando.

Tengo ganas de volver a escuchar historias bonitas y con una construcción del discurso normal, sin tanto tirar p’alante y p’atrás en el tiempo atendiendo a cada coma de un mensaje. Tengo ganas de que alguien me cuente que ha conocido a otro alguien y que no activa el DEFCON 1 si ese otro no contesta todos los mensajes rompiendo la barrera del sonido. Tengo ganas, en definitiva, de que volvamos a prestar atención a lo que nos pasa, a lo que se siente y no al día, la hora, el muro, la foto etiquetada o el emoticono de los juncos que nadie sabe qué mierdas significa.

Creo que no me equivoco si digo que "Las nuevas tecnologías en la pareja, usos y aplicaciones" va a ser el título del próximo best-seller que lo va a petar en las secciones de Autoayuda. Y a no tardar mucho como sigamos así.