sábado, 25 de abril de 2015

Ya no hay


Será porque está nublado o porque es sábado y me he levantado un poco más tarde, no sé, pero tengo el día nostálgico de esos de recordar.
Me acuerdo de aquella época en la que beberse un vermut era algo añejo, una tradición de agüelo ranciete, una declaración de intenciones tan elocuente como el Bitter kas de las señoras. Un yo paso de todo que me tomo lo que me da la gana, se lleve o no. Me acuerdo de esa época y sonrío con paz y con pena, porque todo aquello queda lejos y parece difícil de recuperar. No la bebida, sino la capacidad de tomarse algo sin tener que ser un sommelier de todo el espectro de bebidas y líquidos. Ahora no hay vermú sin moderno y foto, no hay gintonic sin recital de ingredientes y simposio sobre la correcta dirección de las burbujas del carajo, no hay cerveza sin estudio geopolítico del origen de la cebada y la malta que la componen. No hay descanso de polladas ni para tomarse algo.

No sé, igual soy yo que me he levantado del revés y que añoro cosas que solo yo he vivido, pero hoy especialmente me acuerdo de aquellos años en los que hacer deporte era solo eso, hacer ejercicio en la variante que más te gustase, y no algo que te convirtiera en un semidiós. Judo martes y jueves, atletismo en el club, fútbol con tu liguilla, voley en el cole o flamenco en la academia del barrio eran actividades cotidianas, lo habitual entre mucha gente. Era algo personal, una actividad que no hacía falta anunciar con fotos a cholón de la equipación que ibas a llevar, ni algo que necesitase de lema motivacional made in Asics. Ahora no hay domingo sin cortes de tránsito en la ciudad por alguna carrera, no hay paseos o caminatas sino trails, trekkings, ultra trails y vias ferratas, no hay actividad física sin elogios a la altura de gestas homéricas. Ya no hay deporte, sino mucho experto en materiales compresivos. Con antigüedad, eso sí, que aquí ha corrido todo el mundo desde mucho antes que empezase la moda. Estarían escondidos en pabellones y decidieron lanzarse a la calle todos de golpe, digo yo. Así sí salen los números.

Seguramente todo sea cosa mía y de esta mañana gris que me hace añorar esos días en que sacar fotos tenía como objetivo capturar recuerdos por si algún día se fundían los plomos de la memoria, y las imágenes de pies y cielos azules eran fotos por accidente que uno se encontraba en la tienda al revelar el carrete, y que siempre eran culpa del niño, lamadrequeloparió, de cuando cogió la cámara el día del cumple de la prima Patri y se hinchó a darle al botón sin encuadrar. Ahora todo es un concepto, encuadres intensos, contrastes con mensaje y mucha casualidad con pre y posproducción. No hay foto sin dolce vita, no hay like que signifique "me mola tu foto" sino "devuélvemelo". Hemos dotado de significado incluso al no like, una manera muy curiosa que usan muchos para castigar con su indiferencia, posicionarse como grandes fotógrafos que solo aprecian el buen arte y no tus mierdas, o para evitar que otro consiga seguidores, la gran obsesión de algunos pobres miserables. Ahora ya no hay fotos, hay escaparate.

Sí, probablemente soy yo, que hoy no estoy fina y veo las cosas deformadas y añoro una tranquilidad y unos valores que ya no se llevan, como la fortaleza. Será por eso que me acuerdo hoy también mucho de cuando sonreír era un acto voluntario y espontáneo y no una mueca obligada por la cultura del be positive my friend, que si no serás alguien negativo de quien alejarse porque no sabe disfrutar de las pequeñas cosas que te regala la vida cada día. -Pausa para vomitar-. Me acuerdo mucho, muchísimo, de esos abuelos que decían la verdad, a palo seco y sin endulzar la cucharada. Abuelos que más que hablar espetaban, y soltaban frases que eran como una buena hostia, sí, pero cargadita de contenido. Serían cascarrabias y probablemente estarían anticuados, pero eran valientes también, tanto como para decir su verdad, alto y claro, y fuertes como para soportar una realidad dura, durísima,  sin la necesidad de inventarse otra ficticia dominada por el yupi-chachi. Ahora no hay conversación sin oda a la vida y a lo chuli que es respirar, no hay cañas sin brindis por la suerte que tenemos de estar vivos, no hay días duros y tristes sino nubes que no te dejan ver el sol pero que estar, está. ¿Soy yo, o reparten costo por ahí y yo no estoy empadronada en el barrio correcto?

No hay duda, soy yo que me he levantado con el día realista, con solo un 2% de paciencia en la batería y con muchas ganas de que me devuelvan las cosas de verdad. Y es que estoy harta de tontadas, de discursos de vida de pechiglás, del adorno a discreción y de que se confunda asepsia con amargura. Estoy cansada de que se conserven tanto las formas y se apueste tan poco por el fondo y, sobre todo, estoy asustada de ver que pasa el tiempo y de honestidad, valentía, humildad y tolerancia a la realidad, ya no hay. Habrá que reponer el stock. ¿O qué?