martes, 31 de mayo de 2011

Mirar la lluvia

Yo no sé si será la era de Acuario que se avecina, el año del conejo, el movimiento indignados o lo que sea, pero lo que está claro es que algo está cambiando. Y no sólo a nivel global y coyuntural. En mi caso, me doy cuenta que están cambiando cosas básicas, estructuras de pensamiento que nos han acompañado siempre, que desde hace tiempo vengo poniendo en duda y que ahora ya ni siquiera me creo. Como decimos una amiga y yo, debemos estar cambiando la piel. O eso, o necesitamos medicación, pero que algo no cuadra (copyright Laura) es evidente.  
Si ya sabemos que las vitaminas del zumo no se van a ningún lado si te lo tomas media hora más tarde; si se ha destapado que el Vaticano miente más que habla; si ya se sabe que Walt Disney no está congelado esperando a que alguien encuentre las instrucciones de la maquinita. ¿Por qué se siguen perpetuando una y otra vez las mismas mentiras en lo que al mercado laboral se refiere? Seguimos abordando el asunto del trabajar con las mismas ideas de servilismo y miedos que hace 70 años, y que no son más que grandes mentiras que, se supone, deben seguirse para ''que te den un trabajo''.

Mentira número 1: Impresiónales y diferénciate. ¿De dónde mierda ha salido eso de qué uno debe impresionar en una entrevista de trabajo? Si el trabajo es un contrato entre dos partes, ¿por qué en lugar de mentirnos y de impresionarnos, no nos dedicamos a conocernos sin tanta performance? Yo soy tal, tú eres tal, yo hago esto, tú haces algo que me interesa, mis condiciones son estas, me van bien tus condiciones. Punto. Pues no, a día de hoy, aún se cree que hay que impresionar y ganarse a los jefes, porque aún se va a los sitios a ''pedir'' trabajo, como en la posguerra. He oído tantas veces eso del ''diferénciate del resto'' que ya se ha convertido, de tanto repetirla, en una de esas frases vacías de sentido (como cuando uno dice monjamonjamonja mil veces hasta enloquecer). ¿Que me tengo que diferenciar del resto, aportando ese ''algo más'' que deje flipando a los jefes y les convenza de lo diferentísima que soy? Vamos... cuanto más oigo esta estupidez más ganas me entran de ir disfrazada de Ronald McDonald o de gallina a la siguiente entrevista. Más impresionante y diferente que esto no se me ocurre nada. Oigan, que aquí de lo que se trata es de conocernos y llegar a un acuerdo, y no de mendigar condiciones y volvernos locos buscando esa maldita coletilla de marketing, amiga de ''posicionamiento'' y enemiga de ''competencia''. Que sí, que estamos en crisis y hay paro. Pero una cosa es ajustarse el cinturón, y otra muy distinta es devaluar el trabajo y el valor de uno. Que se diferencien los detergentes en las estanterías del súper, hostias. 

Mentira número 2: sé discreto y no preguntes sobre dinero ni vacaciones. Manda cojones… ¿Soy muy rara si reconozco que trabajo por dinero y para pagar facturas, caprichos, vicios y vacaciones? Igual sí y es que resulta que el resto del mundo trabaja porque no tiene hobbies, claro... Lo más grave de todo no es esta educación basada en el miedo y la humildad extrema, que hace que no preguntes nada para, así, parecer educado y decoroso. No es tampoco la fachada de modestia y sacrificio por el trabajo que uno tiene que mostrar para impresionar. Lo más grave, señores, es que ya ni siquiera se menciona el tema económico en las entrevistas. Ahora la moda es convocarte para una entrevista y hablar del sueldo o bien al final de la misma (con suerte), o bien una vez te llaman para decirte si les interesas o no. ¿Pero qué es esto? Después de estarte una hora intentando parecer tranquilo pero no soso, educado pero decidido, inteligente pero no pedante, interesado pero no hambriento, etc., te vas a casa muchas veces sin una propuesta económica clara, a no ser que la preguntes arriesgándote a quedar como un pesetero, claro (o eurero, por actualizar expresiones). Y me pregunto: ¿Quién carajo decidió dejar de hablar de dinero en las entrevistas de trabajo? ¿No es por dinero que se mueve la gente? ¿No es el interés económico lo que mueve el mundo e, incluso, provoca guerras? Coño, si tenemos tan claro que esto es así, ¿por qué no se le informa a uno de cuánto va a cobrar desde el principio? ¿Acaso creen que somos distintos al resto del mundo y queremos cambiar de trabajo sólo porque ese nos queda queda más cerca del parque? Yo a esto lo llamo poca consideración y poco respeto con el tiempo de los demás. Si me vas a pagar dos chavos y medio dímelo de entrada y no me hagas perder el tiempo diferenciándome, defendiendo mi currículum, explicándote cuánto puedo aportar, cuánto me gusta este trabajo y haciendo malabares para parecerte más especial que el resto, porque el disfraz de gallina cuesta una pasta y va por horas, ¿sabes?

Mentira número 3: si te gusta tu trabajo, no te importará pernoctar en la oficina, porque eso es pasión. ¿Pasión? Los cojones. A eso se le llama timo. Si me gusta mi trabajo es porque, primero, he tenido la suerte de encontrar alguna actividad remunerada que me joda lo menos posible. Trabajar es un timo en sí, pero ya que hay que hacerlo, busquemos algo que nos resulte llevadero. Segundo: si me puedo dedicar a lo que me gusta, lo hago, insisto, por dinero y para vivir, y no porque me haya aburrido de dormir, ir a la playa, quedar con mis colegas, darme una vuelta, hacer deporte, regar las plantas, jugar al pádel, tomar el sol, tocar guitarras y demás actividades de ocio tan variadas como maravillosas. Vivir, que por rara que pueda parecer es verdaderamente mi pasión, es lo que hago de 7 de la tarde a 9 de la mañana del día siguiente, es decir, cuando no trabajo. Con lo cual: ¿Me puede explicar alguien, entonces, qué sentido tiene que me contraten por 8 horas esperando que curre 12 y que esas 4 me las intenten colar como ''pasión''? ¿En qué momento el término ''pasión'' se convirtió en sinónimo de ''pardillo''? No me di cuenta de cuándo se dio esta mutación de significados, muy a mi pesar, pero me doy perfecta cuenta de cuando alguien pretende insultarme preguntando si soy una apasionada/pardilla de mi trabajo. Que se ve el plumero, hombre.

Mentira número 4: Innovación y guayismo. Cada vez son mas las empresas que se las dan de desarrolladas e innovadoras y, sin embargo, tienen una estructura de caciques que hacen completamente imposible esta modernidad de la que alardean. Me fascinan, sobre todo, este tipo de empresas que, creyéndose revolucionarias, consideran que pueden conocerte bien haciéndote preguntas del calibre ''qué tres características tuyas crees que son positivas'' o ''qué tres cosas te parecen interesantes de esta oferta''. Dado que uno no puede decir la verdad y confesar que lo que le gusta del curro es el horario, que me pilla mas cerca de casa y que me quiero ir de donde estoy, debe inventarse gilipolleces y hablar en abstracto de las maravillas del asalariado. Eso sí, siempre con una sonrisa que deje entrever que eres la alegría por trabajar personificada. ¿De verdad estas empresas tan modernas creen que conseguirán conocerme preguntándome semejantes obviedades? Sacarían la misma información si me hiciesen un test absurdo de esos en los que tienes que elegir entre ''albóndigas o salchichas'', ''bungalow o camping'' o ''botas de agua o sandalias de goma''. Que estos métodos de entrevista sirvieran en los 80 ya me parece curioso, pero que se sigan manteniendo a estas alturas es, cuanto menos, insólito. ¿Innovación? ¿Seguro? A mi me parece antiguo, poco práctico y basado en unas estructuras que huelen a naftalina y que dicen muy poco de esa diferenciación que tanto persigue todo el mundo.

Visto esto, me doy cuenta que no encajo en muchos sitios, que hay cosas que aún no han evolucionado y que clama al cielo la urgencia con la que deben hacerlo. Así que me parece que lo mejor que puedo hacer ahora mismo, para que se me pase esta indignación y esta desubicación personal, es quedarme en casa, reflexionar sobre el pa'donde voy y mirar la lluvia un rato.

lunes, 16 de mayo de 2011

Miopía infantil

Se comenta que, cuando eres pequeño, todo se ve distinto a cuando eres mayor. Y es verdad, pero esto no afecta sólo a la dimensión de las cosas y a cuánto las magnificamos cuando medimos medio metro. También cambia, por ejemplo, el concepto de lo que es 'guai'.

Cuando eres pequeño y una mañana te levanta tu madre con besitos y buen rollo, sales de la cama con tu pijama Disney sin otra preocupación que la de acabarte los cereales, y ves que ha nevado, ese día es para tí un festival de la leche. Todo está blanco (en realidad está gris, pero las gafas de niño lo transforman en blanco); lo flipas un rato mirando por la ventana (porque te resulta alucinante el concepto ''nieve'' en sí  mismo) y, encima, probablemente no haya cole y, si lo hay, te lo vas a pasar de muerte tirando bolas a troche y moche. Dios, ¡qué felicidad!
Ahora bien, la nieve te pilla de mayor, el día que tienes que llevar el coche a la i.t.v y luego salir pitando al curro donde tienes una reunión a la que no puedes llegar tarde y de la que, tal y como acabe, te vas cagando ostias al súper porque tienes la nevera curiosa y tienes que hacerte el túper para mañana, y ya verás tú la gracia que te hace la nieve de los cojones. Y no sólo te cagas en la nevada, sino que te cagas ''en esta mierda de ciudad que no está preparada para nada.Si es que tú fíjate, caen 4 mierdas (mierdas: concepto genérico que puede referirse a gotas, copos o lo que sea, en función del contexto) y todo colapsado, como paletos aquí parados! ¡Si es que la gente no sabe ni conducir!''. Qué cosas...de saltar con tu pijama Disney con la alegría de tu vida, pasamos a cagarnos en la vida. Digo yo que a esto se le llama madurar.

Lo mismo pasa con, por ejemplo, el ''vamos a casa de la yaya''. Cuando eres pequeño ir al ''caserón'' de tu abuela es un planazo chupiguai, porque la yaya mola, te da pasta de extranjis, siempre que vas hace macarrones y te deja correr por casa a lo loco y peinarla sin sentido poniéndole rulos en las patillas. Pero cuando tienes tamaño de adulto, no es que la quieras menos, pobrecica mía, ni que te hayan dejado de gustar los macarrones... es que macho, en ese piso de 30m2, que parece un museo con tus fotos como colección permanente , no puedes ni cruzar las piernas de lo pequeña que se ha vuelto. Y piensas: ¿cómo carajo podía correr yo por aquí batiendo los brazos y todo, cuando ahora parezco Gulliver en la casita del pequeño Pony? Y me pregunto: ¿mi abuela mengua también con la casa, o son cosas mías? Porque ella se mueve por ahí la mar de suelta sin topar con los muebles y yo no puedo ir a hacer un pis sin darme con tres cantos de tres muebles distintos o  tirar alguno de los doscientos jarroncitos o figuritas que decoran el nidito. Qué calvario de espacio, con lo que molaba de pequeña.
¿Y la ilusión que te daba cuando se te caía un diente? Ojjj ¡momentazo familiar! Tener un diente suelto, fuese incisivo o molar, ya era el preludio de algo graaaaande. Mientras se te movía, te pasabas el día jugando con él, empujándolo con la lengua p'alante p'atrás pilíng pilíng, dando una grima que te mueres (cosa que nadie te decía, claro, por no quitarte la ilusión). Se te caía, por fin, y llamabas a tus padres para que fueran testigos del momento histórico y te ayudasen con el ritual almohada-ratoncito pérez. Nerviosito perdido, lo metías debajo del cojín, con toda tu esperanza puesta en ese cachito de tí. Lo dejabas ahí mientras tus padres te distraían un rato con algo (a esa edad un lápiz mismo puede resultar hipnótico) y a la media hora volvías a tu cama a ver si ya había venido. ¡Y sí! Ese ratón era rico y supersónico, porque se había enterado que había un diente nuevo en la ciudad, había venido cagando leches a tu casa desde veteasaberdonde, cargado con dinero tamaño humano, y se había ido ya ¡para que no le vieras! Oj qué fuerte, que emoción y que día tan intenso...
Tan intenso como si pierdo un diente ahora, dios madre el pollo que monto. A mi se me cae un piño a día de hoy y, a parte del cicuenco histérico y las burradas que suelto cagándome en todo lo que respira, no salgo de casa hasta que el dentista se digne a venir a domicilio y arreglarme ''la pieza'' ( que es el nombre que reciben los dientes cuando tienes una edad y te pagas tú el dentista). Y es que lo que antes era una cicatriz de guerra que exhibías con orgullo sonriendo hasta que te secaban las encías, hoy sería un suicidio social como te diera por salir a la calle con ese agujero en la piñata. Porqué no es sólo que debas dejar de comer turrón de alicante por unos días (ui si, qué tragedia). No. El problema es que perder un piño te quita, de un plumazo, credibilidad y capacidad intelectual. Tu ves una persona a la que le falta un diente y, automáticamente, piensas: ui, a este tío le falta un hervor. Es inmediato. Piño de menos no significa cromosoma de más, pero es una imagen que está íntimamente ligada gracias a cuñaos televisivos y demás figuras mediáticas con orificios bucales. Con lo cual, el fenómeno caída dental no te deja sólo mellada y grotescamente fea, sino que te convierte también en carne del diario de patricia. Lo que de pequeño te hacía aventurero y valiente ahora te convierte en oligofrénico y en alguien ''que no está muy fino''. Qué giros da la vida...
Y ni ilusión, ni ratoncito pérez ni ostias, hay catástrofes que no las salvan ni los buenos recuerdos. Con lo que molaba antes comerse un yogur y dejar salir los churretes por los agujeros que te habían quedado y mira ahora...¡ no quieras saber la pinta que harías de adulto haciendo eso!
Lo que yo decía: lo guai, con los años, parece que no lo es tanto.

domingo, 8 de mayo de 2011

Me pilla cerca

Los de la tele aún no saben que hay una cosa que a la gente le gusta mucho más que la mierda de vida de los famosos: la vida de los próximos. Y no es ni por aburrimiento, ni por ser cotillas ni nada parecido, es sólo que nos distrae saber cosas de los demás. Pero no de cualquiera, ojo: de los conocidos de vista o de los conocidos de oídas. Esos si que dan para rato.
A mi me encanta escuchar conversaciones ajenas. Me encanta y me parece una actividad altamente relajante. Escuchar la conversación de la mesa de al lado en un restaurante o en una terraza me distrae. Y si para oir bien tengo que disimular y marcarme un papelón haciendo como que leo o como que escucho música, lo hago. ¿Son famosos? No. ¿Los conozco de algo? En absoluto. ¿Me interesa su vida? Pues no, a priori no... pero ¡qué rabia da cuando se van antes que tu y te pierdes el desenlace de la conversación! Iishh!
De toda la vida que en casa nos habría encantado saber como tienen el piso el resto de vecinos. Me juego un huevo a que esto es algo que comparte un gran porcentaje de familias del mundo. Es inevitable peguntarse ¿cómo tendrá la casa ése? Te encantaría saber cómo tiene puesto el recibidor el rancio del cuarto primera, que nunca te saluda cuando te ve en la escalera y al que detestas sin conocer. O cómo le ha quedado el baño al cabrón que nos ha tenido tres meses con obras y polvillo blanco por todas partes. Por curiosidad solamente. Y no contentos con desear saber, hacemos algo mejor: especular. ''¿A qué se dedicará el del entresuelo que tiene esos horarios tan raros? No sé, tú, pero no hay semana que salga a la misma hora y me lo encuentro tanto cuando voy como cuando vuelvo... más raro... Este tiene un puti-club, te lo digo yo! ¿Qué dices un puticlub... y tú como lo sabes? No sé, pero tiene toda la pinta... ''. ¡Hala! Ya está, con esto ya tenemos para una horita buena de charla sin fundamento ni nada. Ni falta que nos hace, porque nos interesamos por estas cosas por mero deporte. Como mucho, la próxima vez que te lo encuentres en la escalera, le mirarás con detenimiento, a ver si escudriñándolo sacas alguna pista o algún dato que le delate y confirme tu teoría. Y ya está, hasta ahí llega el cotilleo este de pacotilla. Pero... ¿y lo bien que te lo has pasado imaginando la vida de tus vecinos? Esto la tele no te lo da.

Cuando voy al médico, sea del tipo que sea, como las revistas generalmente dan pereza de leer o son más antiguas que los walkmans, fantaseo y pienso: ''¿a qué vendrá ese del del bigote? Uiii, ese está jodido, jodido ¿eh? Y la señora de al lado... ésta fijo que viene de postoperatorio, porque se la ve cascada. ¿A qué medico vendrán, si aquí solo hay traumatólogos y este tiene el ojo vendado? igual es que viene acompañando al chico...'' Y así paso las horas de sala de espera, fantaseando y controlando el impulso de levantarme y preguntarle: ¿perdone, usted qué tiene? ¿A qué viene? ¿Es revisión, le quitan los puntos, qué le pasa? Lo curioso es que cuando salgo de la consulta se me pasa la curiosidad, con lo que concluyo: sólo me interesaban porque los tuve cerca un rato. Ya ves tú.

Aunque la cota máxima de share en lo que a ''la vida de los demás'' se refiere yo creo que se da en la playa. ¿Quién no ha intentado dormir en la playa y no ha podido porque era absolutamente imposible dejar de escuchar la conversación de las señoras de al lado? ¡Eso es una tentación mayúscula! Las señoras de playa son lo más porque, además de hablar sin contención ni discreción, están muuuuy cerca tuyo, y claro, lo ponen a huevo.
Hay que saber elegir el mejor momento para escuchar, eso sí. Quienes saben de qué hablo, sabrán también que las señoras de la playa normalmente aprovechan para hablar cuando echan a sus respectivos: '' véte un rato a andar por la orilla, Julián, que te va a ir muy bien para las varices'' , o ''hala sí, iros al chiringuito y traernos un Bitter Kas, anda, que estamos secas y de paso os distraéis''. El uso de estas estrategias expulsamaridos es la señal que uno tiene que reconocer para, en ese momento, ponerse a escuchar. Porque es cuando están solas, cuando cotillean y hablan de gente que tú no conoces y que te la traen al pairo, pero coño...¡cómo engancha!: ''Pues se conoce que no está muy fina la pareja, por lo visto hace ya meses que él se ha ido de casa y ella no lo quiere ni ver. ¿Esta es la pequeña de la Consuelo de la portería? Nooo, esta es la mediana, la del marido peluquero, que por eso están mal, por la peluquería, porque las obras las pagó todas ella, porque se comenta que a él le van las maquinitas y no tenía un duro...Y luego mira, si te he visto no me acuerdo...seh, seh seh...Que poca vergüenza, desde luego que sí... Pues si,tú, ya ves, hija, que plan tenemos...''
No sabes una mierda ni del peluquero, ni de la señora Consuelo de la portería ni nada, pero da igual, porque estás ahí con toda tu atención puesta, loco por saber más y disimulando. Mal, pero disimulando. Y mira si somos curiosos, que no tenemos bastante con oír a las señoras , que tenemos que aprovechar que nos damos la vuelta en la toalla para mirarlas!! Porque sí, hay que mirarlas, es imposible resistirse. ¿Por qué? Porque todos queremos saber qué cara hacen estas dos grandes entertainers de la playa. Y no es por cotillear, ni por ser chafarderos o por usar esa información. Es sólo que las tenemos ahí, a las dos, juntas y cerca. Cómo no mirar...
Aunque sean desconocidos, aunque la conversación sea absurda y aunque no me interese el tema más allá de lo que dura mi presencia ahí, tengo que reconocerlo: me encanta escuchar conversaciones ajenas. Señoras y señores bienvenidos a confesiones.