lunes, 12 de septiembre de 2011

De generación en generación

Últimamente en mis zappings me cruzo cada dos por tres con la reposición que está haciendo un canal de televisión de Sexo en Nueva York, una serie que en su momento me encantó y que tiene el mérito de haber sido la primera en tratar el sexo de las mujeres, sin tapujos y con mucho detalle. Ahora que la vuelvo a ver, a toro pasado y con más perspectiva, debo decir que me parece un auténtico bodrio a excepción de una de sus protagonistas: Samantha. Para quienes no sepan nada, la serie retrata la vida de cuatro amigas residentes en NY: Charlotte, mojigata, pava, anticuada y profundamente acomplejada; Carrie, neurótica y desquiciada, ridícula, más mojigata aún que la anterior- aunque disfrazada de modernidad- y con un sentido de la moda completamente incoherente; Miranda, ácida, rara, fuerte y el segundo mejor personaje; y Samantha, libre. Sin más. Ella hace lo que le parece, practica sexo con quien quiere y, pese a las críticas y a los prejuicios a los que se ve sometida, defiende a muerte su libertad para hacer y ser lo que quiera, sin culpabilidades. Evidentemente es una serie de ficción, porque todo el mundo sabe que ni se puede andar por ninguna ciudad, por bien asfaltada que esté, con semejantes tacones y modelos, ni se puede tener sexo sin culpa si eres mujer. Sorpresa, de liberación nada.

Por lamentable y prehistórico que parezca a las mujeres nos educan desde tiempos remotos de otra manera, bajo la censura, los prejuicios, el servilismo, los complejos, la competitividad, el auto castigo y, sobretodo, con la culpa como testigo de todo. La culpa que una debe sentir si es libre y quiere ejercer ese derecho, la culpa que una debe tener si practica sexo con alguien sólo porque le apetece. La culpa y la suciedad que una debe sentir si actúa como lo han hecho los hombres desde que se respira oxígeno en este planeta: con libertad.
En temas de sexo a mi me enseñaron que, pese a que podía hacer lo que quisiera, siempre era mejor ser muy selectiva, que fuese con alguien especial y con amor, porque luego, si no, podía arrepentirme. ¿De qué? De ser libre, claro.
Pese a que la amenaza del arrepentimiento sobrevolaba por encima de mi cabeza, en cuestión de sexo he hecho siempre lo que me ha dado la gana. He tenido tantos ligues rollos y amantes como he querido, he practicado sexo por diversión sin pretender más ni querer noticia o llamada de mi partenaire al día siguiente. He experimentado sensaciones y emociones tanto como me ha apetecido y he crecido sexualmente a mi manera, con amor y sin, con gente especial o gente que era simplemente un cuerpo, por diversión o por amor, por cariño o por puro morbo. Y con absoluta impunidad casi siempre. Porque esta declaración de vida no estaría completa si no mencionase un episodio de culpa que tuve también en su momento, una culpa de mierda, machista y judeocristiana. Una culpa que me enseñaron a tener si me pasaba de esa línea de rotring que separa lo decente de lo que en una mujer está feo. Se manifestó un día en forma de sensación sutil, como uno de esos malestares que te hacen estar intranquila pero no sabes por qué, uno de esos nudos en el estómago que que te hacen pensar que hay algo que está mal o que no has hecho bien. Era algo borroso y muy indefinido hasta que, de pronto y con una nitidez de Nikon, vi que me sentía culpable (yo) por haberme acostado con un tío que resultó ser un auténtico mierda después. Tiene cojones que, siendo él la escoria, la culpa la sintiese yo. Tras superar la sorpresa por lo paradójico del tema, pensé: ¿por qué en lugar de cabreo, de indignación o de sencillamente nada, estoy sintiendo culpa? Porque me enseñaron que eso existía y que es lo que toca si eres tan libre. Porque me dijeron ''vigila que puedes sentirte sucia'' en lugar de enseñarme a no permitir que me sintiera mal por vivir lo mío. Me enseñaron a hacer lo que quisiera pero con discreción, sin parecer ''demasiado'', dando así la razón a todos aquellos que piensan que en público, el sexo de una mujer tiene que ser limitado. La culpa no es biológica, no viene en el paquete de ser mujer ni en las células femeninas. La culpa te la comes a cucharadas desde pequeña.
Y ahí, alucinando con lo cruel del tema y con el ajo en el que yo (¡tan liberada como me creía!) también estaba metida,  vi claramente que la culpa no es mía, que yo no tengo que arrepentirme de nada. Y así como de los errores se aprende, me llevé una gran lección que tengo muy aprendida: si vuelvo a tener sexo con alguien que luego resulta ser un absoluto desgraciado, en lugar de poner en duda mi decencia y flagelarme por no ser vidente para haberlo visto venir, me limitaré a perdonarme esa mala elección con la misma rapidez con que me perdono haber alquilado un DVD en el Cinebank que luego ha resultado ser una bazofia. Yo no he dirigido esa película, así que la culpa aquí no tiene lugar.

De lo que sí me arrepiento, de verdad que sí, es de no haber dado un par de hostias cada vez que he oído que se juzgaba a una mujer por tener sexo con quien quiere y decirlo abiertamente; o de no haber dado un golpe más fuerte en la mesa cuando he oído cosas como ''vaya guarra'' o ''menuda zorra''; si me arrepiento de algo, es de no haber escupido en la cara a aquellos que utilizan como insulto una libertad ajena y a quienes convierten el sexo y el placer físico femenino en algo vulgar, en una condena al zorrismo y en algo de lo que una mujer no se puede nunca jactar; si me lamento de algo es de no haber defendido con más fuerza mi libertad para ser como quiera, entre dentro de lo esperado o no.
Las mujeres no debemos ser más ni selectivas ni más románticas ni más cuidadosas si no queremos; no tenemos por qué ser más discretas en cuanto a nada ni tenemos por qué tener una vara mucho mas rígida para medirnos; no estamos genéticamente programadas para tener poco sexo y con pocos amantes, ni deberíamos concebir siquiera la posibilidad de ''sentirnos mal'' por haber sido libres y haber probado un número x de parejas. Y por supuesto no deberíamos sentirnos sucias jamás, porque practicando el sexo hay dos, oiga, y pretender que yo sienta culpa por follar con alguien implica otorgar a ese alguien un grado de autoridad por encima de mí y el derecho a juzgarme por algo que estamos haciendo los dos. Y que yo sepa, no le debo nada a nadie, ni siquiera a mí misma.
No me arrepiento de nada porque la culpa me la contagiaron. A mí por naturaleza no me nace. Y ojalá que en el diccionario de las generaciones futuras, ''guarra'' signifique únicamente ''hembra del cerdo'', porque eso querrá decir que la culpa dejó de transmitirse de generación en generación y que ya no existe insulto por ser mujer y sexualmente libre.

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