jueves, 8 de septiembre de 2011

El idioma peluquero y otras lenguas desconocidas

Aún no he descubierto las palabras mágicas que hagan que las peluqueras entiendan y hagan lo que yo les digo y no lo que les pasa por la chotera. Ir a la peluquería es, la mayoría de las veces, una gestión inquietante. Porque tu sabes que vas con una melena esteparia y salvaje que da miedo, sí, pero sabes también con la misma certeza que cuando hayas salido no estarás mucho mejor.
La cosa empieza mal ya desde el momento que entras y te dicen: ''hola, ¿qué te vas a hacer?''. Mala pregunta, amiga, porque supone ya de entrada una mentira. ¿Qué te vas a hacer? Qué me vas a hacer tú, flori, porque por mucho que yo te pida que me cortes un poquito las puntas harás lo que te pase por el níspero y me dejarás, tirando bajo, unos tres meses ridícula y sin fotos. Qué te vas a hacer dice... qué guasa le echan, encima. ¡Rigor nena, rigor! Igual soy yo que no me explico bien, pido rarezas, las despisto y es por eso que no me entienden. Pero por más vueltas que le doy a esta teoría no me acaba de cuadrar, porque a mí el castellano siempre se me ha dado bien y el de la peluquería es el único gremio con el que no me entiendo. Yo voy a la panadería y pido una de cuarto, y me dan eso, una de cuarto. En el bar, si pido un cortado no me ponen nunca un sol y sombra. Me ponen un cortado, coño. ¿Por qué si digo ''córtame las puntas'' me rapan a lo Papá Comandante? ¿Es que tendría que haber especificado que las puntas que quiero cortas son las de abajo y no las de la raíz, quizás? Tate, que igual es eso.

¿Por que hay peluqueras que me quieren mal sin conocerme, así de entrada? No me ha dado tiempo ni de decir buenos días que ya me odian a morir. Digo yo que me odia si tiene los huevos de dejarme como me deja cuando salgo por la puerta, con una forma de cabeza indescriptible y con el teléfono en la mano para llamar a mi madre y explicarle el complot que han urdido las del gremio de las tijeras y los rulos. Porque esto es un complot, estoy convencida que de accidental no tiene nada.
Ya para empezar hay algunas peluqueras que, de tan limpias que son, entienden que lavar implica limpiar hasta debajo del cuero cabelludo si hace falta. Por eso algunas te lavan con las garras y te hacen saltar lagrimones como puños del viaje que te están dando a cada pasada ras ras ras a lo loco. Levantar la alfombra para limpiar debajo está bien reina pero, si no te importa, la piel me la dejas.
Luego te pasan al trono de lluvia de estrellas, ese en el que te sientas con el pelo reguleras y del que te levantas con una imagen lamentable, ridícula y, casi siempre, pareciéndote a alguien. Ese alguien no es nunca una celebrity guapa y cool, no te preocupes que ellas ya se lo encargarán de que acabes con un look tipo Leonardo Dantés, Lionel Richie o Fox Terrier, eso ya depende de la gracia de la peluquera y de si has pedido puntas, un moldeado suave o que te arreglen el corte un poco. Podría haber elegido dejarme como a Sharon Stone o hacerme un corte estilo Natalie Portman.. pero no, a la hijaputa le hacía más gracia darme un aire a Maruja Torres... La madre que la parió.

Tras varias experiencias desagradables, he descubierto que hay tres tipos de personalidades distintas con maneras diversas de llegar al mismo punto que no es otro que joderte la imagen.
Por un lado están las que, pese a estar en el 2011, siguen cortando el pelo como en el 70 y te dejan invariablemente antigua. Lleves el pelo que lleves al entrar y pidas lo que pidas, ellas han decidido mucho antes que te van a dejar antigua de cojones, con una medida de pardilla y a punto para entrar a rodar La tribu de los Brady. Cuanta maldad tienes en el cuerpo, Loli.
Luego están las que, en pro de un look desenfadado y natural, se empeñan en que salgas de la pelu como si te acabasen de pasar por encima dos tornados y un tifón, despeinada,  magullada y con el pelo dividido de tal manera que cada parte señala a un punto cardinal distinto. Así casual, que no parezca de peluquería... No claro, mejor parezca esquizofrenia, sí.
Y en el tercer grupo están las que juegan en el equipo rival de las anteriores, las de la fijación extrema cuya obsesión es que salgas de su salón de belleza (belleza...¡ja!) como una figurita de Lladró, con el pelo fijo fijado y laqueado. ¿Y con qué lo consiguen? Pues con un arsenal de laca, gomina, gel fijador, sérum, ceras y demás hostias que le dan a tu pelo limpio menos de media hora de vida. Cuanto me debes querer Flori, que me has hecho un casco de pelo natural por si me caigo por la calle.

Independientemente de la tendencia que tengan, todas las peluqueras comparten el mismo rasgo: el del reto. Tu melena es un desafío y pondrán siempre todo su empeño en dejarte el pelo como tu nunca podrás tenerlo porque tu genética es la que es. ¿Lo tienes liso como una tabla y sin volumen? Pues ella se picará y creerá que si no tienes rizos es porque aún no te habías topado con ella. ¿Y qué conlleva eso? Que se pase horas librando una batalla perdida entre tu pelo y sus herramientas que acabará indefectiblemente con el mismo final: la melena al carajo, dolor de cervicales y unas ganas irrefrenables de partirle la cara a ella y al resto de estilistas. Y yo me pregunto: si yo he asumido que mi pelo es así y ya está, ¿por qué cojones no puedes hacer tú lo mismo? ¿Por qué no adaptas el corte a mis características en lugar de pretender que mis genes muten? Pues no. Por eso por mucho que explico que tengo el pelo rizado y mucho volumen ellas se empeñan en dejarme una medida ridícula que hace que hoy, 24h después de pasar por la pelu, lleve un look Reina Sofía que dan ganas de hincarse de rodillas a llorar. Ah sí, el pelo crece... pues necesitaré 5 meses de encierro domiciliario para que recupere una largada digna y que la gente deje de hacer genuflexiones y tratarme de vos cuando me ve por la calle. Qué bochorno...
¿Dónde estará la piedra Rosetta que nos dé las claves para entender el idioma que manejan en este sector?

No hay comentarios:

Publicar un comentario