lunes, 12 de marzo de 2012

Cambiar el filtro

Una de las cosas malas que tiene hacerse mayor (digo una, por no entrar en una nostalgia suicida) es que se inunda uno de pudor. La peculiaridad de esta sensación es que, además de ser una construcción social más o menos castrante en función de donde se viva, tiene fecha de caducidad. El pudor es algo que empieza a darse en la adolescencia y termina, generalmente, cuando se llega a los ___ años (rellene cada uno el hueco con la cifra que crea más conveniente), que es justo cuando uno recupera la libertad de hacer lo que le amanezca. Se deja de filtrar, como cuando se es niño.

Conozco a una pareja que tiene cuatro hijos. Uno de ellos, Mateo, tiene cinco años, una personalidad fuerte y una lógica la mar de particular. Mateo se levanta la mañana del último día de colegio antes de Navidad especialmente inspirado, y decide que el papel de pastor que le ha tocado representar en la obra de teatro del cole lo hará vestido de Spiderman. Porque le pasa a él por sus pelotas. Y ya. La madre le explica que no puede ser, porque tiene que hacer de pastor y tiene que llevar zurrón, alpargatas y todo el kit que el cargo requiere, y Mateo le dice que sí, que hará de pastor, que llevará zurrón y lo que quiera, pero vestido de Spiderman. ¿Dónde está el problema? ¿Acaso no juega él al fútbol, a días con pantalón corto a días en pijama en el jardín? Pues venga. Y de esa santa casa no va a salir nadie hasta que a Mateo le dejen ir con su disfraz de hombre araña o encuentren una razón lógica que invalide su grandísima argumentación.
Esa misma tarde Mateo, con esquijama arácnido, zurrón y chaleco de borrego, llevó una cabra al Niño Jesús mientras saludaba a su madre sentada entre el público. Descojonada. ¿Pudor? ¿De qué?

Mis padres tienen unos vecinos con un hijo la mar de curioso. Pol. Tiene unos tres años, un gran sentido del humor y unas manías y unos gustos perfectamente definidos. Uno de ellos (no sabría si clasificar como manía o como gusto, la verdad) es quedarse dentro del coche aunque hayan llegado al destino si él considera que el viaje ha sido corto. Si al niño le ha parecido que el trayecto era insuficiente para sus ganas de coche, no se baja. De hecho, de ese coche no baja ni Perico el Gitano porque acostumbran a quedarse los tres miembros de la familia dentro, ahí, pasando sus ratos (ya sea en la calle o en su propio garaje) como si ninguno de ellos hubiese notado que ya han aparcado, esperando que el cachondo del niño se de por satisfecho. Que suerte tiene Pol.

¿A nadie le ha dado nunca rabia llegar al sitio? A mi me pasa muchas veces eso de ir en un coche tan a gusto y pensar ''oiñ, ya podríamos seguir hasta Rusia'', porque realmente hay viajes que saben a poco y a los que les faltaría un ratito más. Como esa hora de sueño que te falta a veces y que rascarías de donde fuera. Pero ¡ah! la sentada pacífica en tu propio coche sólo puedes plantearla si aún no conoces el pudor, porque a medida cumples años sumas vergüenzas. Qué cosas.

Llegados a la edad adulta (cuyos límites dependen de la madurez de cada uno y del pavo que se lleve encima) el pudor se llega a deformar hasta tal extremo que, no sólo a nadie se le ocurre salirse de la norma un día cualquiera, sino que se dejan incluso de hacer otras cosas tremendamente placenteras. Como cantar. Me cuentan en casa que de pequeña yo cantaba y bailaba por la calle como una reina. Sin motivo aparente. Y sin necesidad de nadie más, al loro, que lo de ser vedette solista no es nuevo de ahora. Por lo visto lo hacía con asiduidad y con ausencia total de vergüenza, compartiendo talento por simple gustera. Y ahora ¿cantaría algún adulto? Pues no. Y no porque no apetezca, ojo, sinó por pudor. Y es una pena, porque esos días que servidora va por la calle contenta, andando con la brisa de su parte y el Ipod a seis mil decibelios, cuando suena ese temón que todo el mundo lleva en su lista de reproducción, arrancarse a cantar y montarse un videoclip improvisado con la gente que pasa sería la apoteosis máxima. Pero en lugar de eso me tengo que concentrar para no pasarme del límite de cantarpordentro y que la sonrisa de Buda loco que se empeña en salir no me haga parecer una perturbada. Entonces cierro los ojos y pienso: joder, a parte de inocencia hemos perdido alegría con esto de la madurez y lo adulto.

Comentaba el Sr.Getb hace unas semanas bajo el post ¡
Torero! la importancia de vivir la vida sin que importe lo que piensen los demás. Tras admirar el valor del señor del gimnasio a quien dedico el post, concluía su comentario con un deseo: llegar a los 70’s con los mismos huevos que mi torero. Pensándolo bien, no creo que sea una cuestión de valor, en absoluto. Creo que es más bien una ausencia de pudor que se da para cerrar el círculo evolutivo: nacer sin manías, vivir estrechos entre vergüenzas y, a partir de cierto momento, superar el pudor para irnos como vinimos: sin filtros.

No hay comentarios:

Publicar un comentario