lunes, 3 de septiembre de 2012

Cuántos tiñosos habría


Define la RAE la envidia como “Deseo de algo que no se posee. Tristeza o pesar del bien ajeno”. No está mal aunque, sinceramente, a mí me parece que a esta definición le falta lo más importante: la mala leche. Para estar hablando de un pecado capital grave, no me parece ni medio normal dedicarle una descripción tan parca y moderada ni me parece riguroso calificar de "pesar" un sentimiento tan visceral como la envidia. Así, como si fuese una minucia. Perdonen que les corrija, señores académicos, pero la envidia no es tristeza o pesar, es una rabia que te cagas. Y decir menos es mentir. Si a lo largo de los siglos más de un gilipollas ha intentado disfrazarla con aquello de “envidia sana” ha sido, precisamente, por este claro conocimiento popular de que la envidia implica una mala folla importante hacia el prójimo. Hago un pequeño parón para comentar, solo por encima, la hostia tan grande que merece toda esta gente que necesita decir "envidia sana" para dejar claro que son buenas personas. Ay si la envidia fuera tiña… Buscad una expresión menos chungueras que no delate vuestra flojera y ausencia de luces tan rápido, por favor. Es un consejo del From.

Retomando: el problema con la envidia es que supone un tipo de sentimiento rastrero y ruin que va mucho más allá del pesar y que ha tenido siempre muy mala reputación. Ciertamente es una emoción fea, estamos de acuerdo, pero tan humana como lo son los pedetes, por ejemplo, que apestan e incomodan, sí, pero que se tienen porque es natural. Y no sólo es natural sentir envidia sino que, además, algunos se lo buscan. Y mucho.
Lo confieso abiertamente: hay gente que me da una rabia que se sale del gráfico, rabia de esas de darle una somanta palos que lo deje fino y suave. Sí, es así. Hay personas que sacan lo peor que hay en mí, la envidia en mayúsculas.

Eso que te vas de viaje, vuelo largo de X horas (para mi a partir de 2h ya es largo, porque me aburro con facilidad). A mitad del aburrimiento te das cuenta de que en varias filas a tu alrededor hay gente sobando. Durmiendo pero bien, con su fase rem, su boca abierta, todo. A baba suelta. Y tú piensas: mira qué bien duerme ese cabrón. Tocando tierra ya, el tío se despierta, gozoso y sin sobresaltos, y le oyes decir: “ojjjj que bien he dormido, tío, como nuevo. Ha sido pillar la pose y quedarme frito”. Sus dos horas de gustera yo las he pasado haciendo sudokus hasta el derrame cerebral, mirando con recelo los dibujos chorras de las instrucciones de seguridad, leyendo todos los papeles que había en el bolsillo de Doraemon del asiento de delante -me interesaran o no-, imaginando la vida de cada azafata o persona que tenía en mi campo visual, subiendo y bajando la mesita sin tener nada que apoyar en ella, mirando por la ventana -cuando el afortunado que la disfrutaba tenía a bien subir la maldita persianita- y así, hasta rellenar dos horas. Y todo por no haber sido bendecida con el don de pillar la pose. ¿Qué pasa con la postura, vamos a ver? ¿Reparten sólo unas cuantas al principio del vuelo y llego siempre tarde, como a los periódicos, y por eso me toca leer el Marca? ¿Acaso el asiento de ese tío iba acolchado con plumas de pechito de ganso, tiene reposapiés ergonómico masajeante  y por eso ni se clavaba el apoyabrazos contra las costillas ni le daba la sien contra ese relieve imposible que decora todas las ventanillas de los aviones? ¿O es que él tiene las cervicales reforzadas con titanio y adamantium y a mi me tocó el cuello de muñeco de ventrílocuo, que cede hacia cualquier lado dando cabezazos a la que me duermo un nanosegundo? Sinceramente, que asco dáis todos estos que pilláis la postura y llegáis a los sitios frescos como lechugas y no como servidora, que parece que venga de jugar la Super Bowl sin casco ni protecciones y con las mismas dos franjas negras pintadas debajo de los ojos, solo que en mi caso son ojeras, no betún.

A esta raza odiosa de gente que agarra la postura y no la suelta ni la presta hay que sumarle otra especie detestable también: la del buen cagar cuando viajan. Las dificultades de evacuación cuando se sale de casa son, curiosamente, un mal compartido por cientos de miles de personas. Menos por unos cuantos jodidos afortunados, que desatan ese tipo de envidia de cagarse en toda su casta (de poder hacerlo, claro). Hablo de esta gente que te ve hinchada como una gaita, que te ve sufrir rezándole a San Kiwi  y te propone con alegría "¿te apetece que compartamos un arroz para comer o prefieres unas migas?". Que guantazo os arreaba… Esta gente que cree alumbrarte el camino cuando te pregunta "¿Has probado a tomarte un Activia o algo así? Dicen que va bien", cuando tú ya llevas tantos bífidus y tanta flora intestinal que podrías reforestar el desierto del Gobi entero. Me refiero a estos que te dicen “ay, ¡yo es que cago en todas partes, no tengo problemas!” mientras te ven a ti haciendo química básica, a ver si a la fórmula ciruela + yogur + café + cigarro te da como resultado el tan esperado muñeco de barro. A esta especie sin corazón, que mantiene su ritmo intestinal con la precisión de un cronómetro olímpico y que necesita compartirlo contigo mientras tú sobrevives a base de tabaco Fortuna y Fabe de Fuca yo no les deseo nada malo, pero ahí les tengan que operar de miopía y solo esté libre Michael J. Fox.

Mención especial merece también este sector de la población que se conoce como "los del metabolismo agradecido", capaces de  tragarse la fábrica de chocolate de Charlie entera y sin apenas masticarla y quemarlo en lo que dura un estornudo porque tienen "un metabolismo muy agradecido". Los reconoceréis por ser aquellos que, cuando te ven haciendo dieta a base de apio y agua destilada (porque te has puesto redonderas por culpa de cuatro macarrones de mierda y tres coca colas), no pueden evitar decirte "yo es que como lo que quiero y no engordo, es mi metabolismo". A esta raza, de bofetón con opción a colleja, que necesita recordarte la suerte que tiene de poder comerse un gofre del tamaño de un mamut rebozado en nutella sin que su cuerpo absorba las calorías ni el colesterol, yo la envidio y la detesto en la misma proporción: lo primero, por la suerte de su naturaleza de eterna mojama que les garantiza tener siempre la misma talla y poder llevar en el 2012 ropa del '92; lo segundo, por lo irritante de su estupidez, su falta de tacto y esa mala costumbre de vacilar de algo que les vino dado por la gracia de Dios.

Envidiar a alguien por el lujo en el que vive, el cochazo que gasta o por el sueldazo que le cae cada mes a mí me ha parecido siempre realmente estúpido, porque son cosas que dependen de factores como los recursos, la suerte, el esfuerzo, el trabajo, la familia, las circunstancias de vida, etc. Tener bienes o acumular objetos… ¡bah, trivialidades! Lo que realmente jode es no tener ni siquiera el kit básico de ser humano que supuestamente nos dan a todos al nacer y que se compone de habilidades como pillar la postura buena (que debería ser cualquiera) cuando se tiene sueño; sudar de manera razonable cuando se hace deporte y no como si andase forrada en papel film de cocina; o tener la sangre salada y no rica como el turrón para cualquier mosquito que viva a 55 km a la redonda.
Lo que yo te diga: si la envidia fuera tiña...

No hay comentarios:

Publicar un comentario