martes, 22 de abril de 2014

Monstruos S.A.


Resulta que a mis 35 años va y descubro que los monstruos no viven en el armario. Nada que ver con los cuentos para acojonar y dormir a los niños. Nada que ver con la peli de Píxar. Que va. Los monstruos viven a un cuarto de hora en moto. Están cerca, te hablan, te llaman, te cuentan su vida, te hacen partícipe, te usan de cómplice, de paño de lágrimas, de psicóloga; te piden ayuda, te quieren a su lado, te hacen dar, dar y dar, te dejan exhausta. Y no dan. No compensan. Porque ningún abrazo puede devolver la energía que te han robado en la última discusión y ningún paseo puede hacer que vuelva la alegría que te han quitado con el último cisco. 

Los monstruos no son feos, por lo general. Son atractivos a su manera, son agradables algunos días, son simpáticos en sociedad, risueños y amables con la galería. Son amigos cachondos con sus colegas, son inocentes víctimas de su propia vida. Son compañeros sacrificados de curro, hermanos atentos, hijos cumplidores. Visten como nosotros, con su polo, sus vaqueros, sus bambas informales, casual, sencillo… igual que lo haría cualquiera. Ya te digo, no son feos, por lo general… hasta que llegan a casa, dan la vuelta a su traje y sacan lo peor de sí para enseñártelo a ti.

Los monstruos no viven debajo de la cama. Duermen en ella. Contigo. 

A mis 35 años va y descubro, también, que los monstruos no rugen como fieras de película pero sí gritan. Gritan y chantajean, y te hacen responsable de su ira mientras chillan y vuelcan sobre ti toda su mierda, acumulada de años de excesos, mala vida y situaciones que tú ni siquiera has vivido pero cuya factura pagas igual. Te gritan desde su dolor y su propia frustración, ajena a ti. Te gritan desde su propia mierda, desde su herida. Pero te gritan, al fin y al cabo. Y asusta.

A mis 35 años resulta que descubro que los monstruos no te comen. Lo que te come es la pena, la rabia y la desolación. Te come el vacío en la boca del estómago, el hueco que te ha quedado de tanto dar. Lo que te come es la soledad que da sentirte incomprendida, traicionada y humillada. Lo que te come es la decepción, que se instala en el pecho y en la cara, la de panoli que se te queda cuando te das cuenta del año que llevas invertido y perdido. Un año entero con fugas y escapes que no hay besitos que tapen, que no hay perdones que arreglen. Lo que te come es el desconsuelo, un plato cabrón de digerir para el que no hay sal de frutas ni Almax.

Lo más curioso de todo es que, después de 35 años de ir a dormir a mi hora, dar las gracias a los señores y las señoras y ser una niña buena, va y me doy cuenta de que a los monstruos no se les vence con bondad ni con amor, ni apoyo, ni nada de todo eso que a mi me enseñaron a dar. Tremenda revelación. Resulta que a estos seres se les vence plantándose, diciendo no, basta y alamierda todo seguido y sin respirar. Se les supera de frente, con los cojones por fuera del pantalón y dejando el miedo, la inseguridad y la frustración a ellos, que son quienes lo traen de serie. De los monstruos se salva uno dejando de temerles y recordando que a querer se juega de otra manera, a llorar no se ha venido y a remontar no hay quien me iguale.

Mañana se celebra que un santo mató a un dragón. 
Y yo que acabé con el mío.


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