martes, 29 de marzo de 2011

Las cosas por su nombre

Me gustan las palabras tanto como el rigor a la hora de usarlas, y me llama mucho la atención lo mal entendidos que se tienen algunos conceptos. Hoy le toca a la sinceridad, cuyo significado está, a estas alturas, deformado y pervertido, y es el arma que usan algunos para decirte a la cara, sin tacto ni asertividad, que lo que llevas puesto te hace forma de tinaja o que tu curro o lo que sea que has hecho es una mierda. Me molesta, sobre todo, que después de soltarte estas bocanadas de mala leche concluyan con algo así como ''yo es que soy muy sincero y te lo tenía que decir''. Mira no, me van a perdonar pero no. Eso es hacer un uso de la sinceridad cabrón y en pro de algo que en estos casos no existe, que es querer bien.
La sinceridad, como concepto más amplio que el de simple insulto disfrazado, es mucho más que una crítica a pelo y bajo la coartada de ser transparentes, que de tan transparentes algunos van cegando con los cantos. Sinceridad significa (momento R.A.E) ''expresarse libre de fingimiento'' (que no de buen gusto y tacto). Esto implica valentía y seguridad suficiente en lo que se dice como para no necesitar excusas (nombre educado que, en este contexto, reciben las trolas más infames). Por eso hay que usar la sinceridad cuando toca, con propiedad y rigor, que es cuando realmente cuesta. Porque a veces cuesta, y mucho.
Me refiero a momentos como cuando un extraño, alguien a quien aún conoces poco o alguien comprometedor te pide el Facebook. Qué papelón. ¿Qué hacer? Yo digo no, clarito y clarinete, y si me preguntan por qué, me explico: ''pues mira, porque es privado, te conozco poco y en mi Facebook procuro tener personas con quien comparto algo, confianza para empezar.'' Y punto. Con esto, consigo conservar mi privacidad (o mis manías, llámalo como quieras) y, además, lo hago sin decir nada ofensivo, aunque no todo el mundo se lo toma bien. Precisamente porque no todos lo encajan bien, muchos de los que se encuentran en esta tesitura optan por pringar o trolar, una de dos, y esto lleva a situaciones como darle el Facebook y cagarte en todo por tener ese pegote en tu lista de amigos; estirar al máximo el tiempo de aceptación de la solicitud,  o bien inventarte mentiras como ''ah no, es que lo miro muy poco yo el Facebook'', o ''me voy a quitar ya mismo''. Otra variante son los que optan por ampararse en los misterios de la informática, esa gran aliada: ''uy, no me funciona bien, no me deja aceptar más amigos'' y cosas por el estilo.

Te invitan a algo que te da una pereza de la muerte y que es una especie de ''compromiso'' (otra gran palabra mal entendida). ''Oye, que es el cumpleaños de Alfonso y hacemos cenita y regalo entre todos. Te apuntas ¿no?''. Resulta que tú con el tal Alfonso tienes una relación justa, cordial, de simpatía, algún desayuno con el resto de compañeros...y ya. Pero como aparentemente hay un ''compromiso'' que te impide actuar con franqueza, te pulen 70 € del ala con el Alfonso de marras: 15 € para el regalo y 55 € de cena y copas...mínimo.
Yo me harté en su momento de las ''ceniquis'' las ''fiestukis'' y los regalos grupales de los huevos, porque son un invento del diablo y decidí no pasar más por este aro que se mantiene en el tiempo bajo el absurdo comovoyadecirqueno. Pues mira, así: ''Mira, yo no voy a venir ni voy a colaborar en el regalo porque apenas lo conozco, sinceramente (aquí sí), y creo que estaré un poco fuera de lugar en esa cena. Pero en cualquier caso, gracias por invitarme''. Gracias tu padre, en realidad, porque me invitabas para hacer bulto que y el regalo os saliera mas barato, malandrín... Pero bueno, en cualquier caso, esta es una manera sincera y educada de declinar una invitación que te va a dejar tieso y que no te aportará nada.
Puedo jurar que, practicando esto, no ha habido ninguna catástrofe a escala mundial tras decirlo, sigo teniendo amigos y mi bilis descansa tranquila. ¿Qué me ahorro? 70 pavos  (que me gastaré en mis cosas) y un cabreo en mi casa mientras me visto para la cena, encabritada y protestando porque no quiero ir. ¿Qué me gano? Probablemente alguna mirada de reprobación por parte de algún compañero que me tilde de roñas. Pero bueno, ya he dicho que ser sincero y actuar en consecuencia implica valentía, que es de lo que carece el compañero de curro bobalicón que te mira mal porque vas a hacer lo que el querría, ahorrarse pasta y quedarse en casa tan ricamente.

Una cosa que me hace mucha gracia es esta manía de creer que hay que dar una explicación, cuanto más detallada mejor, para justificar una decisión o una respuesta. La excusa, vaya. Cuanta más información ofrezcas, además, parece que cala más hondo, es más creíble y tu culo está más a salvo. ''Oye, la semana que viene hacemos una barbacoa todos, que hace un montón que no nos reunimos, y tal…''. A ti te apetece un carajo la barbacoa, pero vuelve otra vez el fantasma del comodigoqueno. Así que se abren ante ti dos caminos: a) decir: ''ay pues mira, no me apetece mucho. A la próxima si estoy con ganas me uno''. Y punto. O bien, b) decir: ''ostiaaaa, que putadaaa, pero es que no puedo porque tengo una comida con mis suegros, que pobres lo están pasando mal porque plis y porque plas, y claro, no les voy a hacer el feo de no ir porque tampoco están para muchas fiestas, sabes? Pero a la próxima si hacéis voy fijo, tío, no me la pierdo!''. Maldito bellaco. Luego pasa que, por imprevistos, se cambia la fecha de la barbacoa y acabas pringando costillitas en mano, porque o bien tu fantasía y tus reflejos no dan para tanto cuando toca inventarse otro compromiso, o bien porque una excusa peliculera vol.2 canta marisqueramente.
Decir que no te apetece y punto no es ningún delito ni es ofensivo. Solo es sincero, sin más. Y el mismo derecho tiene uno de proponer planes como lo tiene el otro de decir 'no gracias'. Pero no, se opta antes por hacer un despliegue de imaginación y contar vida y milagros de la familia política o por inventarse un peliculón de sobremesa antes de decir lo que hay.

Y es curioso porque, normalmente, el género del peliculón que uno se inventa no es cualquiera, sino que siempre es drama y del duro. De la misma manera que Rambo cuando no tiene metralleta mata con puñal, cuando uno no tiene capacidad para ser honesto y valiente tiene otra arma (cutre pero funcional al fin y al cabo) que es la capacidad de dar pena. Seh. Si tu no quieres decir la verdad para que no se enfade nadie pero no quieres que insistan, nada como una excusa lastimera para ahorrarte la pesadilla del ''venga vaaaaa, veeeeen'' o el cabreo del otro. Entonces, para evitar eso, tu coartada tiene que ser algo así como: ''no, es que operan a mi abuelo y no podré venir, porque el pobre está mal y queremos estar todos con él''. Respuesta inmediata del insistidor: ''hostias tío, pues nada, que vaya todo bien...''. Y aquí se acaba el tema. ¡Ruin, que eres un ruin!. Variante dos: ''no tío, no puedo hacerte el favor porque es que estoy con un virus estomacal desde hace una semana, que no he ido ni a trabajar, y estoy que ya vomito sangre....'' Respuesta: ''hostiaaaaa neeen, pues cuidate mucho eh? Venga no te molesto...''. Y te dejan tranquilo, claro... ¡Vil! ¡Que eres vil!
Dar el cambiazo ofreciendo fantasía compasiva en lugar de sinceridad es un clásico. Y es que, generalmente, la gente es cobarde y sabe que ante la compasión no hay opción para el cabreo. Si consigues darle pena a tu oponente estás salvado, porque no se puede enfadar. El cabreo ajeno es una de las cosas que peor lleva el ser humano. No soportamos que alguien se enfade con nosotros, porque nos carcome, nos inquieta, nos ataca a la mala conciencia y, en su fase final, nos cabrea. Enfadarse porque hay otro enfadado con uno es un grandísimo bucle, al que no se llegaría si se tuviese la suficiente madurez para decir la verdad sin tanta excusa y se hiciera un uso literal de la sinceridad. Pero eso ya implica ser rigurosos con el lenguaje.

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